Los Centros de Salud son como las chicas. 
– Nos encantas, volveremos a llamarte.
Pero nunca llaman.
(Llo)

Querido compañero:
Si quisiera mandarte esta carta a un destino en concreto no podría, porque no tienes residencia fija, aunque te pasaste cuatro años haciendo la “residencia”.
Cuando te preguntan en algún sitio cuál es tu centro de trabajo titubeas, para decir a continuación que hoy estás aquí, mañana allá y pasado no sabes dónde vas a estar. 
Todo el mundo te dice que eres afortunado, porque al menos tienes trabajo, que qué vas a hacer, que no están las cosas para quejarse. Tú asientes y de tanto que te lo repiten hasta has empezado a creértelo tú mismo.
Vas por ahí, siempre solo, con tu maletín a cuestas. Un maletín lleno de libros que no puedes dejar en tu consulta porque no tienes, con la bata que no puedes dejar en una percha porque no tienes, con las recetas y el sello siempre encima porque no tienes llave de la taquilla ni taquilla alguna.
Surcas las calles con preocupaciones nimias en la cabeza, como dónde dejará la médico a la que sustituyes las mamografías y las citologías, si tendrán fluoresceína en el carro, si habrá lubricante (he descubierto que se moja el dedo con un poco en agua y que entra por el culo que da (hasta) gusto), si irá el ordenador (o si habrá), si irá la impresora…
Te vas preguntando que qué será de ese paciente al que probablemente no vayas a volver a ver… Si le habrás quemado bien la verruga, si le dejará cicatriz la sutura, si efectivamente será hipotiroideo, si lo de haber pensado en una celiaquía era una flipada de sustituto o realmente diste en clavo…
Pasas por el mostrador con la excusa de preguntar dónde están los baños de personal, a ver si te dan un poco de conversación. 
Siempre te pregunta el paciente si la titular de la plaza está enferma, si tiene unos días de vacaciones (hay unos que te dicen que se las merece, otros que siempre está de vacaciones) y tú siempre contestas lo mismo, que tiene unos días… pero no sabes si se le ha muerto el perro o ha pedido un día de mudanza o tiene una apindicitis.
Andas que no sabes por dónde te viene el viento. A veces te invitan a que subas a la salita a tomar un café, pero tú no conoces a nadie, y probablemente no vayas a volver al centro… ¿qué haces? Casi siempre optas por pasar un informe pendiente, hacer unas recetas de crónicos, repasarte la historia de algún paciente.
Con un poco de suerte te toca una enfermera sustituta y lloráis un poco las penas juntos.
No tienes vacaciones, puentes, no cotizas adecuadamente a la Seguridad Social, te hacen pasar la consulta saliente de guardia haciendo valer la triquiñuela y la necesidad. 
Y así día tras día, afrontando la deslocalización del médico de familia. Yendo a donde está el trabajo, sabiendo que dura 2,3,4,5,6,9,12 días (casi) siempre sin pagarte el fin de semana. 
Preguntándote cómo habrás de ir a pasar la consulta a tomar por culo de donde vives. 
¿Lo dejas escapar? ¿Te volverán a llamar si lo haces? Allá que vas, cueste lo que cueste. Comienzas a hacer lo que sea. Te quedas en hostales y pensiones baratas, donde conoces a gente aún más solitaria y más perdida que tú. Comes en garitos de medio pelo, donde compartes tiempo y espacio con hombres mal afeitados porque lo perdieron todo, que miran la tele en silencio mientras comen un menú del día regado con vinacho de mesa con Casera.
Te has convertido sin darte cuenta en el Roberto Bolaño de la Medicina. 
El mundo de trabajar es muy aburrido. Un Centro de Salud es un conjunto de puertas con un espectro detrás de cada una. La vida te ha moldeado en esa condición. Primero la carrera, luego la residencia, después la profesión. Tú solo, con tus historias en la cabeza. 
Nadie hace nunca una broma buena, nunca te descojonas en el trabajo, todo son absurdas formalidades y gilipolleces. Llevar una patética camisa. Oiga usted, mire usted, pase usted, siéntese usted.
Llegas a casa derrotado. Ves cómo se derrumba la sanidad pública delante de tus ojos. Unos días más deprisa, otros más lentamente. Pero tú te ves enfrente del paciente y te ves fuerte, porque sabes que mientras estés tú y tu cabeza se puede hacer Medicina.
Otros días te tiras en la cama según llegas y no levantas cabeza. Te comes unos turulos de york con un plátano y te vas a la cama. Estás tan jodido que un día de éstos te apuntas a un grupo Balint. El alcohólicos anónimos de la Midicina. 
Miras a tu alrededor y de tus compañeros de fatigas (crónicas) quedáis ya pocos siendo verdaderos médicos de familia, y eso que sólo han pasado un par de años desde que acabaste la residencia.
Algo falla cuando hasta las más excelsas vocaciones pasaron de pasar la consulta.
No sabes si por seguir asido al barco eres un héroe o un gelipollas.
Soportas las consecuencias de la dedocracia porque no tienes padrino y porque no eres un lameculos, y en muy escasas ocasiones te beneficias de ella, eso también. 
Piensas para poder seguir que a lo mejor en el momento de llegar a casa algún paciente sintió que habías sido un buen médico para él, que te habías entregado a la causa de ayudarle y en medio del silencio y de la noche se sintió agradecido hacia ti y afortunado de haberse encontrado contigo esa tarde en la consulta. 
A lo mejor es mentira, pero de ilusión también se vive. 

Cada vez que venía el paciente, no podía dejar de mirarle la uña.

Tenía una uñarra, en el primer dedo de la mano derecha. 

Yo había visto uñas similares, pero en el quinto dedo. Es una cosa muy de quinquis y de obreros. 

Los quinquis la usan para tocar la guitarra española y para arañar la piedra de jachís. 

Los obreros para hurgarse la nariz. Lo sé porque mi padre tenía una y todos sus compañeros de trabajo también. 

Un día, explorando al paciente a ver si tenía acropaquias, le pregunté por la naturaleza de aquella uña. 

–  Me la dejo para partir bien el Sinemet – me dijo-. 

Revisé sus prescripciones y vi que tomaba tres cuartos de Sinemet, 5 veces al día. 

–  Ah, claro… – le dije-, ¿se parte mal, eh?

Una de las cosas más valiosas que aprendí el primer año de residencia es que para ser (o para parecer, que era lo que importaba en ese momento) buen médico había que saber mentir bien. Saber mentir, en el sentido de saber disimular bien ante el paciente que no sabes algo. 

Yo en mi vida había visto un Sinemet. No sabía si se partía bien o mal. Como me daba vergüenza reconocerlo ante el paciente y me picaba la curiosidad, me hice una receta a mi nombre y me saqué un envase pequeño de la farmacia. 

Efectivamente, no era fácil partir la pastilla. Me dejé crecer la uña del primer dedo de la mano derecha un par de semanas y comencé a partirlo con facilidad. 

Desde entonces me dejo esa uña no muy larga, pero la dejo crecer más a capricho que antes, porque no se sabe lo que se puede necesitar un día, farmacológicamente hablando. 

Después de este episodio, comencé a interesarme por algunos aspectos prácticos de esta índole. 

¿Cómo saber cuando mandas medio comprimido cada 12 horas si el paciente podrá partir bien o no la pastilla? ¿Cómo saber si las pastillas de un determinado fármaco o de una marca vienen ranuradas? Si el paciente parte la pastilla a la mitad, ¿habrá 50% del fármaco en una mitad y 50 en otra? Esto parece evidente, pero ¿es así de verdad?

Me llevé una gran sorpresa cuando de toda la vida se había mandado “medio comprimido de Metformina” y una vez que vi una pastilla pude comprobar que ni ranura ni hostias; que es como un mazacote de cemento que debes partir con el cuchillo de muy malas maneras. 

Todo esto, a su vez, me llevó a pensar lo lejos que estamos de los pacientes desde nuestro trono. Me paso todo el día dando lecciones y diciendo lo que hay que hacer y lo que no, pero en mi puta vida he hecho un turbuhaller, ni una cápsula para inhalación, ni un accuhaler, ni un optiset, ni un solostar, ni una pluma precargada, ni sé si lleva agujas del 7 o del 8, ni cómo se mete la aguja, ni si es mejor un flexpen que otra cosa, ni si el sabor amargo de no sé qué fármaco es tan amargo como dicen, ni si tanto marea el Tramadol que a todo cristo le sienta mal, o si con medio parche de 35 de Buprenorfina te pones a morir. Nunca en mi vida he visto un manguito de brazo de mastectomizada, ni he metido un hombro todavía. Nunca he intubado a un vivo, ni he dado un choque eléctrico a naide.

Esta es la distancia médico-paciente, que es una cosa que supongo que se va acortando con los años a medida que le das más vueltas a las patologías que se ven en Atención Primaria.

Siempre me han fascinado esas cadenitas que acaban en una medallita con una cara humana, y que algunas personas llevan colgadas al cuello. 



Siempre me había llamado la atención que solía ver algunas en la consulta, pero no en la calle. Reparé en que en la calle no suelo estar tan cerca de la pechera de nadie como cuando me acerco a palpar unas adenopatías o a auscultar el foco aórtico. 

En primer lugar, por tradición o vaya usted a saber por qué, no podía dejar de pensar que la persona grabada a fuego en el metal estaba fallecida. 



Esto ya establecía una relación singular con la persona portadora y con la persona grabada. Me solía infligir compasión la situación. Tanto es así que en ocasiones he pensado en hacerme yo una con la cara de alguien, para cuando quiera ganarme la indulgencia de un tercero en cualquier asunto problemático en mi contra. 

Imagínese que un día, yo que sé, hago unas recetas con otra fecha o se me olvida pedir una hemoglobina glicosilada en la analítica a un diabético… pues en un golpe de mano, me suelto un botón de la camisa (llevo camisa ahora para ir a trabajar – otro  paso hacia la edad adulta-), enseño un poco la pechera y digo: 

– Oiga, que yo llevo medallita grabada, apiádese de mí. 

Pensándolo bien, no tiene por qué haber muerto la persona grabada, aunque la posibilidad siempre sobrevuela. Los factores de riesgo para llevar una medallita grabada son ser mujer y ser de clase un poco baja. De estas mujeres que si les tocas la región pretibial para ver si tienen edemas que dejan fóvea, siempre se quejan mucho. 

Puede suceder que la persona retratada en la medalla sea muy joven, con lo que la piedad aparece más fácilmente, pensando en una muerte traumática o trágica.

La verdad es que las impresiones están de puta madre conseguidas, y reflejan al 100% el careto del retratado. 

A mí, personalmente, me enternece ese gesto de hacerse la medalla y llevarla. Es un gesto de amor y de desgarro que es difícilmente superable. Estas medallitas son a las marujas lo que los tatuajes con el nombre de la novia con letras macarráquicas son a los quinquilleros. 

Lotro día me dije a mí mismo que no podía morirme sin verme retratado en una medallita. De muerto a lo mejor alguien se la hacía, pero yo ya no la vería. Y me producía mucha curiosidad saber cómo quedaría, así que me hice una. 

Quedó muy bien, la verdad, y a mi madre le hizo mucha gracia. Como es un poco maruja también, decía que se la iba a poner, que así podría ir presumiendo por la calle de su hijo. Yo temía que la gente me empezara a dar por muerto y vete tú a saber, que a lo mejor me dejaran de llamar de la Bolsa por este hecho luctuoso. 

Lotro día se quedó mi madre sin Orfidal (dice que soy yo el que la pone de los nervios), era domingo y yo no tenía recetas. El farmacéutico que estaba de guardia es un poco cabrón y no se estira nada. Lo sé porque me lo dicen los pacientes. 

Le dije: llévate esa blusa sin cuello y ponte la medalla.

Oye, mano de santo. Le dio las pastillas sin rechistar. 

Un adecuado ejercicio de la Medicina pasa por trasladar a los pacientes una información veraz. Es justo y necesario para el paciente y es ético y obligación para el profesional. 
Pongamos el ejemplo de las actividades preventivas.
Para mí es prioritario trasladar al paciente cuáles son las actividades preventivas de eficacia probada y las que no, en base a mucho tiempo dedicado al estudio de las recomendaciones que emiten los sistemas públicos de salud de distintos países, las agencias de evaluación de tecnologías sanitarias y los ensayos clínicos.  
De esta manera, el paciente resulta informado y evito que se quede con la sensación de que «no se le está ofreciendo un servicio que precisa». Creo que debiera ser un objetivo básico de un Sistema Público de Salud. 
Así lo hago en uno de los sitios donde ejerzo: Salamanca. 
El paradigma de las recomendaciones sobre actividades preventivas son las que tienen lugar sobre la atención sanitaria a las mujeres, y dentro de éstas, la que tienen que ver con enfermedades ginecológicas.
La adecuada atención preventiva en mujeres sanas (población general) se sabe que pasa (aceptando mínimos matices, claro) por:
Citología: empezar a los 25 años (no antes, por razones científicas que tienen que ver con la infección por el VPH) y hacer dos separadas por un año. Si son normales, cada 3 años hasta los 35 y cada 5 hasta los 65.
Mamografía: cada dos años de los 50 (en algunas Comunidades Autónomas desde los 45) a los 70 años, si la paciente no tiene antecedente familiar de cáncer de mama. 
Densitometría ósea: solamente en mujeres de 60-75 años con 2 o 3 factores de riesgo y en mayores de 75 con 1 o 2, considerando factores de riesgo: antecedente personal de fractura después de los 50 años, antecedente familiar (de 1er grado) de fractura de cadera, fractura vertebral previa (éste puntúa por 2) e IMC menor de 19.
Ecografía transvaginal: no se recomienda salvo si la paciente tiene algún síntoma que se valorará previamente.
Personalmente no estoy de acuerdo con practicar mamografías antes de los 50 años ni con que la vacuna del virus del papiloma sea financiada por el Sistema Público de Salud, pero al ser un servicio que se ofrece a la población tengo la misma obligación de ofrecerlo que los otros. 
Me dejo la vida estudiando en mi casa para hacer bien mi trabajo y me la dejo en la consulta (entre otras muchas cosas) para tratar de hacer comprender a mis pacientes que salvo síntomas u otros problemas, no resulta beneficioso ninguna otra revisión, prueba ni intervención sanitaria, en este sentido.
No sólo no resulta beneficioso sino que resulta perjudicial. Es bien conocido que estas intervenciones si se ajustan a los requisitos y periodicidad citada proveen de beneficios (unas más que otras), pero si no, no sólo es que no provean de beneficios, sino que proveen de perjuicios, de daños: falsos positivos, diagnóstico de lesiones indolentes no significativas clínicamente, falsos negativos, no disminución de la mortalidad de la enfermedad en cuestión, tratamientos innecesarios, intervenciones quirúrgicas innecesarias, etc, etc…
Resulta que en un periódico de distribución universitaria (población diana gente joven) de Salamanca veo esta publicidad bajo el formato de noticia. 
[La incidencia del cáncer cervical en España (8,5 nuevos casos anuales por 100.000 mujeres) es una de las más bajas del mundo y la menor registrada en los países de la Unión Europea.

También la mortalidad por cáncer de cérvix en España está entre las más bajas de Europa y del mundo (1,5 fallecimientos por cáncer de cérvix por 100.000 mujeres).

La tendencia temporal del cáncer de cuello de útero en España, en base a los registros disponibles, y en el periodo de tiempo de 1986-2000, muestra una reducción global en la incidencia de un 0,7% anual.]

Visito la página web de la citada Clínica Mencía y me encuentro con esto: 

Toda mujer debería hacerse un examen ginecológico completo anualmente:
– Desde que comienza la menstruación, si tiene desajustes con ella.
– Desde el momento que comienza a tener relaciones sexuales.
– A partir de los 25 años, aunque no tenga relaciones sexuales.

La revisión ginecológica tiene doble finalidad:

– La prevención: detectando factores de riesgo que deban corregirse.
– El diagnóstico precoz: evaluando el estado del aparato genital y las mamas, para comprobar su normalidad o poder detectar problemas que requieran tratamiento.

Una revisión ginecológica completa consta normalmente de:

Una historia clínica.
Una exploración física.
Una citología.
Una ecografía transvaginal, transabdominal y mamaria.
Pruebas auxiliares: Si es preciso se realizará cualquiera de estas pruebas:
Colposcopia
Histeroscopia
Mamografía
Escribo a la clínica un correo cebo y ésta es la respuesta. 
Hola. Soy XXXXX, tengo 32 años y he leído vuestro artículo en el periódico Tribuna Universitaria. Estoy preocupada por el cáncer de mama. He ido a mi médico de cabecera y me ha dicho que no me tengo que hacer ninguna mamografía hasta los 50 años si no tengo ningún síntoma ni me noto nada, pues no tengo ningún familiar con cáncer de mama. Pero leyendo vuestra noticia y vuestra página me entran las dudas. ¿Vosotros me recomendáis que tengo que hacer alguna prueba o algo? Muchas gracias y perdonar las molestias, pero es que estoy asustada. Un saludo.
Buenos días XXXX,

En primer lugar agradecer su visita de antemano a nuestra web, y 
respecto de la pregunta que nos formula y dada la preocupación que le 
genera, personalmente le recomendaría que viniese a consulta para 
despejar sus dudas e incluso para llevar a cabo una ecografía mamaria, 
porque es la única forma de que usted se quede tranquila y la Doctora 
pueda hablarle de todo este tema. Si ella estimase conveniente 
prescribir alguna prueba más, también en esa cita se lo diría.
Aprovecho la ocasión para hablarle del impacto del cáncer de cuello de 
útero en nuestra sociedad, tan preocupante o más que el que a usted le 
preocupa, que puede prevenirse gracias a un correcto control 
ginecológico anual y a la administración de la vacunación frente al HPV.

Nuestro horario de consultas ininterrumpido es:

– lunes, miércoles y viernes: de 09:00 a 16:00
– martes y jueves: de 14:00 a 19:30

También disponemos de consulta en Plasencia (Cáceres), donde le 
atenderá la misma profesional y con el mismo equipo médico, lo que le 
comento por si fuera de su interés.

El precio de la consulta es de 100 euros y no disponemos de terminal 
para pago mediante tarjeta de crédito, de lo que informo por si no 
tuviera ninguna compañía sanitaria.

Si desea alguna hora concreta, le agradecería hiciese su reserva 
cuanto antes para que tenga más posibilidades de elección.

Para cualquier duda, puede ponerse en contacto con la Clínica en los 
tfnos..: 923/27.11.78 o al 608/16.62.32 en horario de 09:00 a 20:00.

Queda formalmente invitada a visitar nuestra web: www.clinicamencia.com

Nos ponemos a su disposición. Reciba un cordial saludo.
Todo esta información que emite la clínica es FALSA. Salvo que te cobran 100 euros por la revisión. Eso no. 
Tengo conocimiento de que en las consultas de reputadas ginecólogas que trabajan para aseguradoras en mi ciudad el comportamiento sino es igual, es similar. 
Es, en mi opinión, una auténtica vergüenza el comportamiento de estos médicos y estas clínicas. Lucrándose a costa de la mentira médica y del expolio de los ignorantes pacientes. Infligiendo iatrogenia asociada a la inadecuada utilización de las intervenciones sanitarias por dinero. 
¿No debería defender alguna autoridad sanitaria a las pacientes? ¿El Colegio de Médicos? ¿La Organización Médica Colegial? ¿La Consejería de Sanidad de la Junta de Castilla y León? ¿El Ministerio de Sanidad?
¿Pueden seguir actuando así estos médicos y estas clínicas sin ser llamadas al orden?
¿Nadie va a hacer nada?

La hipertensión es un factor de riesgo muy frecuente en la población que se suele tratar con distintas familias de fármacos. 

Entre las más utilizadas están la de los diuréticos y el grupo que actúa sobre el Sistema Renina-Angiotensina. 

En este último grupo disponemos de dos tipos de fármacos. Los Inhibidores de la Enzima Convertidora de Angiotensina (IECAS) y los Antagonistas de los Receptores de la Angiotensina II (ARA II). Los dos son exactamente igual de efectivos.

Los segundos sólo se utilizan cuando los primeros dan tos o angioedema (una especie de reacción alérgica), es decir, en un 10% aproximadamente de los casos. 

Los ARAII (sus nombres acaban en -sartan, para que los identifiquen en las figuras) son mucho más caros que los IECAS (sus nombres acaban en -pril). 

El precio medio por envase de los ARAII es de 25 euros. Traen 28 pastillas y se suele tomar una pastilla al día. El envase contiene pastillas, entonces, para un mes. Un envase de IECA para un mes tiene un precio medio de 4.5 euros.

En esta figura pueden ver los costes de los tratamientos por año. Podemos observar cómo el coste de los ARAII es manifiestamente superior respecto que el de los IECAS.




Usted, que no sabe de Midicina, pero que es leído, entenderá que hay que recetar siempre el IECA, y en los casos en los que no se pueda (10% aproximadamente), el ARAII.

Existen algunas iniciativas desde los Servicios de Farmacia de las Gerencias para «invitar» a que se prescriba adecuadamente, con el objeto de no tirar el dinero a lo tonto y menos en época de escasez. 

Lo lógico sería que el consumo de ARAII representara el 10%  aproximadamente del total de IECAS + ARAII que se prescriben.

Hay un par de matizaciones: 

1. Se ha visto que el que tiene angioedema con IECA también lo tiene con ARAII, por lo que sería «oficialmente» la tos la única salvedad para poner ARAII. 

2. Hay un grupo muy seleccionado de pacientes: hipertensos + diabéticos tipo 2 + macroalbuminuria + insuficiencia renal en el que se ha probado el beneficio de ARAII, pero no el de IECAS, no porque no lo tengan, sino porque no se ha estudiado. Para hacer estudios que promuevan el uso de medicamentos más baratos nunca hay dinero, aunque luego se gaste en fármacos más caros. El mundo al revés.

Entonces podemos convenir si ustedes quieren, con estas dos matizaciones (una que baja el dintel y otra que lo sube), que yo qué sé, los ARAII debieran representar el 20% aproximadamente (siendo generosos) de los IECAS+ARAII que se prescriben. 

Inexplicablemente, los Servicios de Farmacia fijan en la Comunidad de Madrid como objetivo el 44% de uso máximo de ARAII vs IECAS + ARAII. Lo peor de todo es que resulta que los hospitales prescriben ARAII en un 58% respecto al total IECAS+ARAII. La Atención Primaria cumple el 44%. 

En el Hospital de La Princesa de Madrí, donde casualmente hice la residencia y donde aprendí a amar al ARAII sobre todas las cosas, de boca de algunas de las más reconocidas y autorizadas voces en riesgo cardiovascular de España y parte del extranjero, la prescripción de ARA II es del 65% respecto al total ARAII+IECAS. En Atención Primaria en ese Área de Salud es del 47%.





Si atendemos al gasto en fármacos que publica anualmente el Ministerio de Sanidad, vemos que el montante en el grupo de los ARAII ocupa el cuarto puesto de todos los fármacos del mercado (es mucho mayor, en realidad, debido al gasto de ARAII + diurético, que va detrás, pero por simplificar lo dejamos ahí) tras estatinas, IBPs y Betaadrenérgicos inhalados. 

Se (mal)gastan 500 millones de euros (¡Coño, lo que el gobierno pretende ahorrar dejando sin tarjeta a los inmigrantes! ¡Qué casualidad!) al año en prescribir inadecuadamente estos fármacos. Se prescriben (en miles) 20.000 envases al año de ARAII y 21.000 de IECAS. La relación es de 1 a 1 aproximadamente cuando debiera ser de 1 a 10. 



……….



Pero la culpa es de los inmigrantes que van a tocar los cojones a la urgencia a las dos de la mañana porque les duele la barriga y se sacan la leche y las cremas gratis de la farmacia y están todo el día en el médico dando la tabarra. 

Pd1: estos fármacos no sólo se utilizan para la hipertensión arterial; también para la insuficiencia cardíaca, nefropatía diabética, cardiopatía isquémica, etc.. pero para el caso es lo mismo.

Pd2: las Unidades ésas de Diabetes, de Hipertensión … son, en general, Unidades de Perversión. Una excusa que hace de coladero de todas las novedades terapéuticas inútiles y peligrosas imaginables. Si a usted le va la marcha y quiere viajar por el mundo, cenar en los mejores restaurantes de la ciudad, y estar a la última moda en tecnología o en productos del Corte Inglés, hágase médico de una Unidad monográfica de algún Factor de Riesgo Cardiovascular cualquiera. Son el Senado de la Medicina. 

Esta semana que ha pasado ha sido el Día Mundial del Alzheimer. 

Esta enfermedad despierta en mi persona un interés especial. No porque me fascine ningún aspecto en relación con no se qué proteína que al precipitar en la neurona predispone a la enfermedad, sino por la perspectiva con la que nos es presentada por parte de medios de comunicación, profesionales sanitarios, gestores, políticos y otras gentes de bien.

Comprender el paradigma de las enfermedades es fundamental. Si te descuidas un poco, como en el caso del Cáncer de Cérvix, en vez de empeñarte en que las mujeres que nunca se hacen las citologías se las hagan con una periodicidad adecuada, financias la vacuna más cara de la historia y te gastas la mitad de todo el presupuesto en Salud Pública para vacunar a todas las mujeres cuando no es necesario. 

En el caso del Alzheimer pasa algo parecido. El Alzheimer es una enfermedad de cuestación. Hay enfermedades de cuestación y otras que no lo son. Enfermedades que despiertan la piedad de los ricos y otras que no. Enfermedades que tienen de presidenta de honor a la reina de España y otras que no. El cáncer, Alzheimer o Parkinson son algunas de ellas. No lo son el EPOC, la Insuficiencia Cardíaca o el Mieloma Múltiple. Las enfermedades que suelen tratar los internistas, para que os hagáis una idea, son enfermedades poco populares. El TEP o la hepatitis C a nadie seducen. Ésa es la razón por la que todo el mundo se quiere echar un novio dermatólogo o neurocirujano, pero nadie quiere un novio internista, a no ser una médica de familia de izquierdas.  

En el caso del Alzheimer nos encontramos con las siguientes características definitorias. Es una enfermedad con una fisiopatología desconocida o en vías de conocimiento, que cuenta con unos síntomas que se van presentando gradualmente a lo largo de un vasto espacio de tiempo, y que van configurando una enfermedad que tiene lugar en varias fases. 

El camino hasta llegar al diagnóstico no es el momento esencial en el abordaje, porque hay muy poco que hacer. 

En contra de lo que proclaman algunas personas o grupos, no hay nada que un paciente pueda hacer por prevenir la enfermedad, no tiene NINGÚN beneficio el diagnóstico precoz ni el tratamiento precoz en el curso de la misma, no hay ningún factor de riesgo sobre el que se pueda actuar para evitar la aparición ni el desarrollo de la misma. 

En esta primera fase resulta fundamental que el médico de familia, que conoce al paciente, evalúe si esa «pérdida de memoria” o esos «despistes» se tratan de síntomas compatibles con la normalidad o son síntomas patológicos. En este último caso es fundamental que el médico especialista en Neurología vea al paciente para plantear un diagnóstico diferencial entre los distintos tipos de demencia, descarte un proceso secundario y realice, si lo estima oportuno, las pertinentes pruebas complementarias para descartar otra patología. 

Imaginemos que concluye que el diagnóstico es de probable enfermedad de Alzheimer. 

Esta enfermedad se caracteriza, y aquí es donde reside la clave, por su irreversibilidad, por su recrudecimiento progresivo, por presentar el paciente síntomas que interfieren con su vida personal, familiar y social. Por agresividad, negación, exigencias, conductas inapropiadas, desinhibición, depresión… y en fases más avanzadas, profunda dependencia y pérdida de prácticamente todas las capacidades, tanto físicas como intelectuales. 

Esto, evidentemente, condiciona que sea necesaria una gran infraestructura familiar para hacerle frente. O que la familia cuente con unos recursos económicos muy importantes para ingresar al paciente en un centro o para que en el domicilio otras personas ayuden al cuidado. 

Las familias «normales», que son nuestros pacientes en las consultas, no suelen tener ni una cosa ni la otra. De esta manera, el impacto que la enfermedad tiene para el paciente y para sus familias es insoportable, en la mayor parte de los casos. 

El proceder de la atención sanitaria suele ser el siguiente: el neurólogo extiende un fármaco que, siendo generoso, vale para poco. Un inhibidor de la acetilcolinesteresa: Aricept, Exelon, Prometax, Reminyl, Axura, Ebixa. No lo hace porque haga mal su trabajo, lo hace porque «es lo que se hace». El médico de familia apoya la prescripción. Este tipo de fármacos no reducen la progresión de la enfermedad; sólo mejoran durante un tiempo y discretamente, algunas variables.   

Una vez estudiado el caso, diagnosticada una enfermedad de Alzheimer y prescrito el tratamiento, el paciente no debiera, en contra de lo que se hace, volver al neurólogo como norma. El seguimiento estrictamente farmacológico del caso se fundamenta en el control de síntomas asociados al proceso de demencia: insomnio, polifagia, anorexia, delirio, alucinación, incontinencia, úlceras de decúbito, etc, etc… y lo puede llevar a cabo perfectamente el médico de familia. En casos seleccionados en los que por una u otra razón se precise de nuevo valoración por el neurólogo se pedirá. Se haría así un uso adecuado de los recursos.

Para mayor estupefacción, esos fármacos que valen para poco, necesitan visado del especialista del hospital. España se gasta 229 millones de euros anuales en ellos. El tratamiento para un mes cuesta 125 euros de media. Esta familia de fármacos ocupa el puesto número 13 sobre las 40 familias de fármacos más empleadas en nuestro país.

Es decir, sanitariamente gastamos mucho dinero en unos fármacos que prácticamente no valen para nada y en unas visitas al especialista del hospital que no son estrictamente necesarias. 

El paciente y su familia, después de tomarse la pastilla y después de venir de la consulta, se encuentran en su casa necesitando una serie de servicios: fisioterapia, terapia ocupacional, cierta estimulación cognitiva, cuidados, relevos del cuidador/es principales etc…

La sensación del médico de familia suele ser, en la mayor parte de los casos, que los recursos públicos para abordar este tipo de problemas son insuficientes, tardan demasiado en llegar y no satisfacen verdadera ni completamente las necesidades de los pacientes y sus familias.
Me niego a aceptar que la familia de un paciente que tiene la enfermedad de Alzheimer tenga que pagar un Centro de Día de su bolsillo, por muy concertado que éste sea. Me niego a aceptar que las necesidades de estos pacientes se han convertido en un nicho de mercado para las empresas privadas porque el sistema público de Salud ha renunciado a satisfacerlas. 

La sensación que tengo también es que cuando viene el paciente a la consulta solamente nos ocupamos de si hay algún síntoma nuevo al que ponerle una pastilla, y no de cómo tratar algunos aspectos y de prevenir otros (de la pág 71 en adelante). 

Este es el prototipo de enfermedad que se beneficiaría de un abordaje en «Atención Primaria», multidisciplinar, con mucha educación para salud y la enfermedad, con enseñanza de competencias, con empoderamiento y terapia para los cuidadores, estableciendo puentes con los recursos que puede facilitar la Trabajadora Social. Con un apoyo adecuado del Estado y Comunidades Autónomas mediante el recurso de la Dependencia. 

El abordaje de la enfermedad de Alzheimer constituye otro ejemplo más que viene a hacer cierta la «Ley de Cuidados Inversos»:  «el acceso a atención médica de calidad disminuye en proporción inversa a su necesidad en la población, y ello se cumple más intensamente donde las fuerzas del mercado son más fuertes».

El bienestar de los pacientes y sus familias y el adecuado tratamiento y abordaje de la patología pasa necesariamente porque los sanitarios hagamos revertir esta ley.

No importa un carajo la prevención (que no existe), el diagnóstico precoz (que no vale para nada), el tratamiento farmacológico (que no vale para casi nada) y tampoco es tan importante la investigación en este momento, si no se está tratando adecuadamente a los pacientes de acuerdo al curso y características de la enfermedad. 

No hace falta justamente ahora que España tenga que realizar el descubrimiento mundial de la vacuna contra el Alzheimer, si tiene a sus pacientes inadecuadamente atendidos en los domicilios, con las familias completamente superadas por la situación y con una lista de espera de año y medio para optar a los escasos recursos públicos que el Estado y/o las Comunidades Autónomas ofrecen. 

Las Fundaciones, que tanto se arrogan la lucha contra la enfermedad, no comprenden adecuadamente esta realidad, y dedican abundantes recursos en una dirección mientras la problemática cierta de la enfermedad pasa por otra muy distinta. 

Claro, que la heroicidad y la posteridad siempre son mucho más épicas que la realidad. 

El paradigma de la investigación y la prevención es lo que les gusta a los políticos y a la clase alta (tienen mucho miedo a morir por todo lo que se van a perder), aunque ello suponga abandonar a los que ya están enfermos. 

Si no no se entiende como Ana Mato, ministra de Sanidad, se atreve a afirmar con motivo de este día: «Cuando nos enfrentamos a una enfermedad como ésta debemos tener presente que hay que tratar a personas, que requieren una asistencia sanitaria, y demandan mejoras en el tratamiento, pero también necesitan una atención psicosocial, tanto para ellos como para las personas con las que conviven»; mientras destroza la prestación por dependencia. 


Hoy, 1 de Septiembre de 2012, esta bitácora está de luto por el retroceso de nuestro Sistema Sanitario debido a la aplicación del Real Decreto Ley 16/2012, mediante el cual se excluye de la asistencia sanitaria no urgente a los más débiles, dinamitando la universalidad del mismo y no ofreciendo siquiera una alternativa clara, justa y equitativa.


Como profesionales sanitarios no nos resignamos, e invitamos a todos los ciudadanos y gestores de bien a no cumplir esta medida injusta que atenta contra los derechos humanos.

“Cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta de que ya han sido demasiadas”. 
Bob Dylan.

¿Eres solitario porque eres médico de familia? ¿O eres médico de familia porque eres solitario? Llo.


Querido amigo:

Te he visto muchas veces en muchos sitios, aunque tú no me conozcas y nunca me haya atrevido a decirte nada, hasta hoy.

Desprendes seguridad, experiencia y madurez allá por donde pasas, demostrando continuamente que eres un perro viejo y que te las sabes todas, aparte de que los hechos demuestran que eres una persona inteligente y posees una visión acertada en cada uno de los problemas a los que te enfrentas, tanto en la consulta como fuera de la misma. Pero también posees una tristeza que no puedes con ella y que lastra cada una de tus acciones. Ése es el atributo que me emplaza a escribirte esta noche. 

Tienes unos 50, más menos 5 años, y perteneces una generación encerrada, en lo referente a su relación con la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria, en unos debates que me superan, pues cuando sucedían la gran parte de guerras a las que haces referencia con insistencia, yo o no había nacido aún o casi casi.

Yo no sé nada de las igualas, de los médicos de APD, de los médicos de cupo, de la ley de Incompatibilidades, de la Carrera Profesional, de Estatutarios, Laborales o Funcionarios, de la creación de los ambulatorios ni de la creación de los Centros de Salud.

Esos temas a mí me importan un pimiento, al igual que la figura y enseñanzas de tu abuelo ya están difuminadas en ti y acabarán por diluirse completamente en la generación de tus hijos, si no en la de tus nietos.

Yo he crecido ya con la historia clínica, con el cupo y con la tarjeta sanitaria, y no puedo entender en su plenitud la importancia de estos conceptos, por este motivo. 

Te veo, amigo, decepcionado. No puedes dejar de mostrar tu insatisfacción acerca de que las cosas en esta profesión no son como te gustarían. Ya has luchado mucho y has comprobado para qué sirven las luchas y para qué no. Ya sé que no te pueden venir a ti hablando ahora de luchas. Ya has estado en muchas guerras.

No obstante, aunque pienses que nada se ha conseguido, creo que no te das cuenta de todo lo que se ha avanzado en estos años en los que llevas ejerciendo, si lo miras con perspectiva.
Podríamos enumerar los logros, pero no me apetece, porque ésta no es una carta técnica, sino sentimental.

Muchas de estas victorias, probablemente, se hayan conseguido a base de la lucha soterrada y del estado de opinión que han creado profesionales como tú, aunque no lo veas así. 

El caso es que te veo por ahí, mirando por encima de las gafas y con recelo la pantalla del ordenador, acordándote de cuando escribías en la historia clínica de papel. Ahí estás, con tu camisa de cuadros bien metida por debajo de los pantalones chinos o con tu blusa (en el caso de las mujeres) por debajo de tu pantalón tejano de colores. 

Has aguantado muchos años en un sistema que probablemente te haya maltratado, que nunca se ha preocupado de estimularte lo más mínimo, y has visto cómo la empresa te hacía cada vez menos caso y cada vez importabas menos para ella. Has visto cómo la Medicina, que era una ilustre ciencia, ha devenido en un producto de mercado más.

Piensas si después de toda una vida dedicado a la Medicina General habrá valido la pena. La mayoría de días piensas que no, pero otros sigues pensando que sí. 

A veces te se acerca una madre en la escalera y te dice que su chaval quiere estudiar Midicina, que a ver si le dejas un cráneo para mirar (todos los médicos tienen en casa un cráneo) y a ti lo que se te viene al cráneo es coger al chaval a solas, para disuadirlo de esa locura que está a punto de emprender (“va a ir de cráneo”, piensas).

Miras a tus hijos, bien situados. Los has llevado a colegios de pago. Tienes una segunda vivienda para los fines de semana o las vacaciones. Has ascendido de clase social, no hay lugar a dudas. 

También es cierto que te has deslomado a trabajar. Llevas cotizados la intemerata de años. 

A veces te veo, en los congresos, en las jornadas, que te suele pagar la Industria Farmacéutica, solo, en el catering, mirando el móvil como para disimular, apoyado en la pared para pasar desapercibido. Solamente te acercas un poco cuando pasa el camarero con los canapés. Te gusta mucho el café con leche. Sueles llevar maletines o carteras de bandolera del paleolítico, de las de piel negra o marrón, que no se llevan ni en el mango. 

También te encanta llevar este artilugio prehistórico, que aloja el teléfono móvil bien agarrado al cinto.



A veces he pensado en acercarme a ti, y decirte, yo qué sé: Hola, qué tal… ¿Eres médico de familia? ¿Eres de Madrid? ¿Dónde trabajas? ¿Conoces a fulanito, que estaba de interino en tu centro pero que lo desplazaron en la última OPE? Lo típico que se le dice a una tía en una discoteca, pero adaptado a la Atención Primaria. 

Pero no me he atrevido nunca. Primero, porque tú ya estás ya cansado de hacer estas relaciones profesionales que te aportan más bien poco. Segundo, porque me expongo a que me cuentes alguna batalla, que te encanta hacerlo. Y tercero, porque el recambio de la especialidad, las nuevas generaciones, te importan más bien poco, quizá porque ya hayas dejado de creer en ella.

El discurso farmacrítico te suena a chino, ya que los representantes son las personas más agradables con las que te relacionas en toda la mañana, y de las pocas que aparentan con una cierta credibilidad hacerte caso. Aunque ya te digo yo que es solamente una pose. 

No es que tengas mala relación con la gente del Centro de Salud, y aunque hay un par de personas con las que te llevas bien y de vez en cuando vas al bar de al lado a tomar algo o a desayunar, tampoco es que tengas mucha relación con los compañeros y con el resto del personal.

Tienes una vida que se ha ido acomodando con el tiempo a las rigideces de tu profesión. Te mueves socialmente entre la importancia de ser médico y la invisibilidad de ser médico de familia. 

Querido compañero. Te he escrito esto solamente para decirte gracias. La Atención Primaria no la construyen los grandes ideólogos ni los audaces blogueros, sino los profesionales de trinchera como tú que se llevan levantando 40 años a las 6 y media de la mañana. Has construido esta especialidad y has hecho todo lo que has podido por mejorarla y por luchar por ella. 

Te has dejado la piel en la consulta y has luchado por los pacientes. Muchas de las veces, defendiéndolos de las injusticias de los gestores de turno que por allí pasaban.  
Es hora de que una nueva generación te coja el relevo y tenga en cuenta tu trabajo.

Nunca nadie te ha dado las gracias por nada.

Yo hoy te escribo para dártelas. 

Muchas gracias compañero.
El hecho de dejar fuera del sistema sanitario a los inmigrantes ilegales y a algunos otros subgrupos de la población es un hecho muy grave que revela notables deficiencias de las personas que nos gobiernan.

Por un lado, revela una profunda miopía ética y humana, pone de manifiesto que desconocen o que se pasan por el forro (a ellos que tanto se les llena la boca cuando hablan de cumplir y hacer cumplir la ley) la Declaración Universal de los Derechos Humanos y por ende, la Constitución Española (a ellos que tanto se les llena la boca con la Constitución), en el articulado que hace referencia a la protección de la salud, ya que ésta menciona que acata la normativa superior sancionada en París.

Por otro lado, revela una profunda hipocresía, al ser el partido en el Gobierno el sacrosanto defensor de la vida.

Por otro, revela un profundo desconocimiento de qué es un Sistema Nacional de Salud y cuáles son sus fines y sus medios, al querer sacar del mismo a los que ingresan más de 100.000 euros al año. Se ha pasado, como si nada, de un sistema de cobertura universal a un sistema de aseguramiento, un gran paso atrás en medio año que tardaremos en recuperar mucho tiempo.

Un profundo desconocimiento acerca de qué es la Atención Primaria, cuál es su papel y cuál es su coste, al garantizar la asistencia en Urgencias, mucho más cara y mucho menos adecuada para el caso.

Un profundo desconocimiento de qué es la Salud Pública al permitir que ciudadanos que viven en territorio nacional contraigan o no traten enfermedades transmisibles.

Un profundo racismo, clasismo e ignorancia, al desconocer que los inmigrantes consumen menos recursos sanitarios que los españoles.

Pudiera ser que los que gobiernan sean de veras depositarios de una ineptitud manifiesta por pensar que el dinero que gasta el Sistema Sanitario en este colectivo tiene alguna significancia, respecto a otras reformas que pudieran acometerse.

O pudiera ser, en el caso de conocer estos datos, que lo que tuvieran es una desvergüenza impresionante, pues sería solamente una excusa este momento de crisis para darles una patada en el culo a los inmigrantes y hacer lo que siempre habían querido hacer y nunca se habían atrevido: echarles de España, y en el caso de que no se quieran ir, no sólo dejarlos morir, sino hacer que mueran.

Es una cámara de gas pasiva. Una cámara de gas al estilo contemporáneo.

Y en el medio, los médicos.

La verdad es que institucionalmente la respuesta está siendo más o menos decente, para lo que estamos acostumbrados.

Pero la respuesta no sólo puede ser institucional, sino también individual.

A partir del 1 de Septiembre nos jugamos mucho. Es un momento histórico, de los que se recordarán durante mucho tiempo.

El plan que os presento se llama: Apadrine sanitariamente a un inmigrante sin papeles.

1. Te declaras objetor como médico.

2. Haces una relación de los pacientes de tu cupo que se van a quedar sin atención sanitaria. Clasificas por género y edad.

3. Solicitas a los pacientes de tu cupo por género y edad el apadrinamiento sanitario. Esto consiste en que un paciente comparta su número de Seguridad Social (la SS en este momento) con el inmigrante.

El médico de familia podrá ver al inmigrante ilegal en su consulta sin problemas, sea con cita previa (lo que conlleva colaboración de personal administrativo) o sin ella.

Le abrirá una historia en papel.

Haremos una medicina de verdad, sin florituras, como en el caso de la auténtica Medicina rural. Las densitometrías inútiles las dejaremos para otro momento.

Para pedir una analítica en la que haya que medir parámetros no urgentes (hemoglobina glicosilada, serologías, etc…) se la pedimos con el número del padrino. Cuando estén los resultados los imprimimos y los metemos en la historia de papel. Dejas claro en la historia clínica que esa analítica no pertenece al (ya) asegurado, sino al no universal.

El día que vaya a pincharse el excluido, deberá llevar la tarjeta del incluido. Si le dice algo el pinchador, el excluido le dirá que haga el favor de (com)pincharse.

Si hay que recetar al inmigrante se hará con el número del padrino. Pones medicaciones crónicas como agudas y se nota menos. En observaciones deberás consignar que el fármaco pertenece al programa de apadrinamiento.

Como hay que pagar ahora, el Mojamed tendrá que ir a la farmacia con el Paco. Tendrá que darle el dinero y quedarse a la puerta, como cuando de chavales le dábamos dinero al primero que pasara para que nos comprara la revista porno, porque no teníamos la edad legal, mientras que esperábamos en la trasera del kiosco.

Si el padrino tiene código T1 o T2, con topes máximos mensuales bajos, pues mejor.

Si hay que pedir una placa es un poco más jodido, pues tiene que personarse el paciente. Normalmente no piden la tarjeta. Veremos ahora. Si la necesidad de la placa es apremiante le mandas a urgencias, que no creo que se nieguen a hacerla si la manda un médico.

Con estas estratagemas podremos asegurar una atención básica.

Queda pendiente ver cómo se podría organizar el acceso a pruebas hospitalarias (endoscopia, ecografía…), que depende de la objeción de los médicos que las hagan y de qué va a pasar en los hospitales.

Y sobre todo habrá que ver qué pasa con los ingresos hospitalarios.

¿Qué pasará con un sangrante por varices esofágicas? ¿Qué pasará con la atención a los hijos de los sin papeles? ¿Les dejaremos sin vacunas? ¿Una neumonía con criterios de ingreso en un VIH? ¿Una angina inestable? ¿Una sepsis urinaria? ¿Y un paciente terminal con ascitis? ¿Un paciente con un linfoma? ¿Una mujer con menorragia e importante anemia ferropénica? ¿Qué pasará con un Carcinoma in situ de cuello de útero en una prostituta? ¿No se la conizará? ¿Y con una rectorragia? ¿Le dirás: vete para casa que no te la podemos estudiar? ¿Se les dejará morir como perros en la calle?

Y al final la frase de Juan Gérvas:

“El cumplimiento de esa negación de atención es figura legal penada, especialmente en funcionarios, tipificada como “denegación de auxilio”, y puede llegar a la “omisión del deber de socorro”. Por ello los responsables de PP no dan instrucciones por escrito, pues temen a los jueces”.

Viví en Inglaterra durante una temporada.

Trabajé en granjas, recogí arándanos, atendí huertos e hice de au pair.

Pasé hambre.

Vivía y comía con los patrones y sus familias.

Me ofrecía todos los días para recoger los platos de la cena y fregar. Me llevaba todas las cazuelas cerca del fregadero y cuando sabía a todos en el salón viendo la tele, daba el agua para que el rumor de la misma me disimulara. Me ponía erguido, mirando al frente, la columna recta, dando la espalda a la puerta, y mientras fregaba cogía los restos de las cazuelas (siempre dejaban algo) y me los iba comiendo silenciosamente. Si alguien entraba y no tenía la intención manifiesta de dirigirse a mí, era difícil que me vieran.

Se cenaba muy pronto, y los días que me quedaba sin ese suplemento era hombre muerto. A las 22 ya estaba que me subía por las paredes. A veces me dormía a propósito para no sentir el hambre.

Comprendí rápidamente que el hambre era un estupendo ejercicio para el espíritu, y que fortalecía el carácter.

En ocasiones tenía algo de comida en la habitación, pero me sentía peor comiendo a escondidas que rebañando cazuelas.

La patrona valoraba muy positivamente que yo realizara esas tareas fuera de horario. La verdad es que se portaba muy bien conmigo y por eso yo me ofrecía sin dudarlo.

Otra de las tareas de última hora en este sentido era ir a encerrar a las gallinas.

Me ofrecí la primera vez e iba todos los días al final del día, cuando oscurecía.

Me ponía unos guantes e iba una por una. Me colocaba cerca de ellas y en un golpe maestro, rápido y certero, las agarraba del tronco. Temía la reacción de la gallina, pues en el momento del contacto siempre emitía un graznido, se revolvía y a veces se me escapaba parcialmente, con lo que acababa sujeta de la pata o del gaznate o de donde pudiera sostenerla.

Me atemorizaba la reacción de la gallina a tal repentina captura. A veces la repetía en mi mente por la noche, antes de dormir. Y entre esa imagen desasosegante y el hambre, me corrían chorros de sudor por la frente.

Había dos gallinas especialmente putas (“eran más putas que las gallinas”). Una era una blanca, que corría mucho más rápido que el humano medio (“cobarde, gallina, capitán de las sardinas”) y otra una que sabía bien dónde debía meterse, al lado de una alambrada con zarzas que resultaban una barrera impenetrable para el palo con el que la iba a buscar.

Todos los días me desesperaba con esas dos. Me metía en la cama y pensaba en el esfuerzo que me había costado recolectar a todas las gallinas para meterlas una por una en el gallinero. Se me ponía la carne de gallina sólo de pensarlo.

Un día, no sé por qué, salí más tarde a recogerlas, ya era casi de noche. Pensé, recuerdo, que me las iba a ver moradas para ir a por las dos rebeldes con tan poca luz.

Cuál fue mi sorpresa cuando al llegar al gallinero las vi a todas dentro, ocupando su espacio habitual.

Al día siguiente, salí más tarde a encerrarlas y pasó igual, ya no tuve que correr.

Me parecen las gallinas desde aquel día, por ésta y por otras muchas razones unas aves de corral del todo fascinantes.

En estos días pensaba que con esto del Real Decreto que deja fuera a los inmigrantes, nos quieren hacer igual. Nos hemos puesto en pie de guerra contra la medida. Y a los que mandan les cuesta cogernos para apaciguarnos. Pero saben que sólo tendrán que dejar pasar un tiempo, para que caiga la noche, y nos recojamos a nuestros aposentos, porque hace frío y está oscuro.

Saben que tragamos con la recolocación de las plazas de la OPE de médico de familia en Madrid, con el aumento a 37.5 horas mensuales. Tragamos con la pérdida de la universalidad, con la venta de la Sanidad a empresas privadas, tragamos con el escándalo de la gestión de la sanidad catalana destapado por Café amb Llet, con el rescate a Alzira, con el copago farmacéutico, con la bajada de sueldos, con la pérdida de una paga extra.

Saben que sólo tienen que esperar un rato a que la noche caiga, y ya en la penumbra, cuando estemos apaciblemente dormitando, solamente cerrar la puerta.

Ojalá que no sea así. De nosotros depende.