He visto a lo largo de mi práctica médica muchas lágrimas.
 
Si te pones a pensarlo, es la hostia que por una emoción personal, que cada uno tiene una y de unas características diferentes, se ponga en marcha un mismo circuito que acabe activando un mismo motor que segregue un mismo líquido que sale por un mismo tubo, a la manera de una manguera.
 
Y que el sitio por donde mana ese agua sea el ojo. Quizá es así porque los ojos son el espejo del alma. Las lágrimas serían entonces el limpiacristales. En este caso no habría entonces que secarse con pañuelos de papel, sino con papel de periódico.
 
Da que pensar que las lágrimas salgan por un sitio tan explícito. Si salieran por el culo o por la uretra, nadie se enteraría de que estás llorando. Pero es que salen por los ojos, una parte totalmente expuesta al público a no ser que lleves unas gafas de sol. Éstas son capaces de disimular un llanto escaso, como de andar por casa, un llanto de unas imágenes del telediario, pero no un verdadero llanto con sujeto, verbo y predicado. Igual que de un buen discurso intelectual manan ideas e ideas, o igual que de un absceso tabicado como dios manda mana pus y pus, de un llanto bien construido manan lágrimas y lágrimas. A un llanto en condiciones no es capaz hacerle la función de presa una gafas de sol ni cristo que lo fundó.
 
Las lágrimas son saladas. Lo más lógico sería que fueran amargas, o en todo caso dulces. Pero por una razón que no alcanzo a comprender, la biología ha reservado el sabor amargo para la cera de los oídos, el dulce para el semen y el ácido para la sangre.
 
Entre todas las lágrimas que he visto a lo largo de estos años ha habido dos patrones de llanto que me han conmovido especialmente.
 
Uno de ellos es el llanto de los padres inmigrantes, al lado de sus parejas en el paritorio.
 
Todo lo que pasa en torno al paritorio es conmovedor. La emoción allí es capaz de arrebatarte, noquearte en medio del trajín, y provocarte el llanto aunque no quieras.
Es muy emocionante ver a los padres. Ser sanitario ofrece el privilegio de ser testigo de la intimidad de los demás. No sé por qué, pero a mí me llamaba mucho la atención de la figura del padre. Nunca lo perdía de vista. Quizá porque es de relativa nueva incorporación al espectáculo del parto.
 
En el caso del padre inmigrante, no podía dejar de pensar en qué esfuerzo y qué calamidades no hubo de pasar esa familia antes de venir a nuestro país. Me sentía en esos momentos orgulloso de vivir y pertenecer a un país que puede dar a ese niño lo que sus padres nunca pudieron tener, pero que gracias a su esfuerzo ese hijo tendrá.
 
No puedo dejar de pensar en esa palabra que pronuncian las matronas cuando el niño ya está fuera: ¡¡¡Bienvenido !!!
 
 
La otra lágrima que me “cala” es bien diferente. Suele tener lugar en la sala u hospital de urgencias (obs)tétricas. Allí acuden a menudo mujeres embarazadas con dolor, pérdidas de sangre o contracciones inexplicables. Se les suele hacer una ecografía. En algunas ocasiones se puede apreciar en la pantalla que el feto no tiene latido cardíaco. “Tenemos malas noticias”, es la frase elegida en este caso. Lo que viene después no tiene palabras, porque el llanto las corta.
 
Recuerdo bien a una paciente. Una chava boliviana, tenía 14 o 15 años, creo. Tenía rasgos indígenas, era muy guapa, nariz bien afilada y los ojos un poco achinados. Me acuerdo que me impactó porque era la primera indígena que veía en mi vida vestida de Inditex, y no estaba prevenido contra ese signo de la modernidad.
 
La primera vez que la vi fue en la consulta, donde yo rotaba por la mañana. Se había quedado embarazada sin querer y acudió a la consulta con su pareja, que tenía 16 años. Le preguntó la ginecóloga si quería tener al niño (era ésto en la época en que las mujeres tenían algún tipo de derecho y los deberes no se los imponía el Opus Dei) y dijo que no, pero que lo iba a tener. La ginecóloga habló con su pareja y éste le dijo que estaba trabajando y que contaban de alguna manera con la ayuda de sus padres.
 
Volví a ver a la chavala un par de semanas después en las urgencias, donde hacíamos guardias los residentes de medicina familiar y comunitaria. Consultó por algo que no recuerdo y al ponerle el ecógrafo sobre el vientre la ginecóloga de guardia le dijo: “Tenemos malas noticias”.
 
Recuerdo bien aquellas lágrimas. Yo personalmente me sentía aliviado por saber que la naturaleza, la biología o llámalo X le había solucionado a la chica un gran problema. Pero ese torrente de lágrimas me hacía percibir que algo se me escapaba.
 
No sé si habrá que ser mujer para entenderlo.
 
Y eso que se me escapaba ando todavía buscándolo. Por eso hace de aquello varios años y todavía lo tengo tan presente.
 
 
Las lágrimas son el mínimo común denominador de la alegría y la tristeza. No hay probablemente nada en el mundo que sea capaz de aglutinar dos sentimientos tan dispares.
 
Las lágrimas son saladas. Tienen la misma cantidad de sodio que la sangre: 135 a 145 MEq/l . No me digáis que no es curioso.
No soporto que un paciente mío caiga en urgencias por un proceso médico que entra dentro de las competencias de un médico de familia y lo citen sin motivo alguno para una consulta de un especialista en el hospital, que a partir de ahora y bajo solamente su potestad se erija en su seguidor de la diabetes, HTA, migraña etc etc…
Meses y meses haciendo esfuerzos por ganarte la confianza del paciente con tus conocimientos, con tus decisiones, con tu visión, para que ahora un médico que conoce a tu paciente desde hace media hora, decida que el seguimiento de esa patología la van a hacer en el hospital.
¿De quién es la titularidad de los pacientes?
No hablo, evidentemente, de patologías de manejo puramente hospitalario, yo qué sé, un melanoma o una Esclerosis Múltiple, hablo de las múltiples patologías que son competencia del médico de familia, que son la mayor parte.
¿Qué vas a hacer? No le vas a decir al paciente: – No, mira, no vayas al hospital aunque te hayan mandado porque ése es mi trabajo.
Suerte que esto no tenía sentido en un sistema puramente público de gestión pública. Ningún neurólogo quiere seguir ahí una migraña común, ni ningún endocrino quiere llevar a un diabético tipo II, esos paciente antes o después vuelven a Atención Primaria; pero las cosas cambian con el nuevo modelo mixto (Atención Primaria pública y Hospitalaria privada, de los hospitales de gestión privada).
Los pacientes quedan encantados con ser seguidos por un especialista del hospital. Con que una cervicalgia corriente y moliente sea revisada por el traumatólogo. Esto los empresarios de Capio lo saben y arrepañan pacientes absurdos para hacer números, con patologías banales. Les interesa rebotarse al paciente con tonterías, de la Urgencia a la Consulta de Medicina Interna, o de la Urgencia a Traumatología, de ahí a la Unidad del Dolor por chorradas, y potenciar primeras visitas con descaro para hacer números. Las consultas hospitalarias sólo tienen dos puertas: las urgencias y la Atención Primaria. Y ésta última queda fuera de su control (por eso es lo siguiente que quieren dominar, en los territorios de sus hospitales).
Cada vez se parece más la Sanidad Pública a la Privada.
Hace un par de años la Sanidad Pública tal y como la conocíamos parecía intocable. También la Atención Primaria. La Sanidad Pública cayó. La Atención Primaria caerá.

Creo que ustedes son conscientes de la credibilidad de la información que pueda dar a la opinión pública una empresa contratada por el Partido Popular que se dedique a hacer una auditoría acerca de los sobresueldos a la cúpula del partido.
Creo que ustedes son conscientes de la credibilidad de la información que pueda dar a la opinión pública una empresa contratada por la Consejeríade Sanidad de la Comunidadde Madrid acerca de la viabilidad del modelo de gestión sanitaria privado.
Creo que ustedes son conscientes de la credibilidad de la información que pueda dar al colectivo sanitario una guía canadiense sobre la osteoporosis en la que al final de la misma se pueda dar cuenta de los conflictos de interés de los redactantes de esta manera.
Competing interests: All authors received consulting fees and travel support from Osteoporosis Canada during the preparation of this article. In addition, Alexandra Papaioannou has been an advisory board member for Amgen, Eli Lilly, Merck Frosst, Novartis and Procter & Gamble; has served as a consultant to Amgen, Aventis Pharma, Eli Lilly, Lundbeck Canada Inc., Merck Frosst, Novartis, Procter & Gamble, Servier, Warner Chillcott and Wyeth Ayerst; has received unrestricted research grants from Amgen, Eli Lilly, Merck Frosst, Procter & Gamble and Sanofi-Aventis; has received clinicaltrial grants from Novartis and Pfizer; has received a research grant from the Ontario Ministry of Health and Long-Term Care; and has served as a member of the Continuing Medical Education Steering Committee of the Ontario College of Family Physicians. Suzanne Morin has been an advisory board member for Amgen, Eli Lilly, Novartis and Warner-Chilcott and has received speaker’s honoraria from Amgen, Novartis and Merck. Angela M. Cheung has been an advisory board member for Amgen and Eli Lilly; has served as a consultant for Merck; and has received speaker’s honoraria from Amgen, Eli Lilly, Merck, Novartis and Warner Chilcott. Stephanie Atkinson has served as a consultant to Pfizer and Wyeth Nutritionals and has participated in a multisite clinical trial funded by Novartis. Jacques P. Brown has been an advisory board member for Amgen, Eli Lilly, Merck, Novartis and Warner Chilcott; has served as a consultant for Amgen, Eli Lilly, Merck, Novartis and Warner Chilcott; has received grants from Abbott, Amgen, Eli Lilly, GlaxoSmithKline, Merck, Novartis, Pfizer, Roche, Sanofi-Aventis, Servier and Warner Chilcott; and has received speaker’s honoraria from Amgen, Eli Lilly, Merck, Novartis and Warner Chilcott. David A. Hanley has served as an advisory board member for Amgen Canada, Eli Lilly Canada, Novartis Canada, NPS Pharmaceuticals, Servier Canada and Warner Chilcott; has participated in clinical trials funded by Amgen, Eli Lilly, Novartis, NPS Pharmaceuticals, Pfizer, Servier and Wyeth Ayerst; and has received speaker’s honor aria from Amgen Canada, Eli Lilly Canada, Novartis Canada, NPS Pharmaceuticals and Servier Canada. Anthony Hodsman has been an advisory board member for Amgen Canada, Novartis Canada, Procter & Gamble Canada, Shire Pharmaceuticals Canada and Warner-ChilcottCanada; has served as a consultant to Cytochroma Canada; and has received speaker’s honoraria from McGillUniversity and Novartis Canada. Stephanie M. Kaiser has served as an advisory board member for Amgen, AstaZeneca, Bristol Myers Squibb, Eli Lilly Canada, Merck Frosst/Schering, Novartis and Servier; has received speaker’s honoraria from Amgen, AstraZeneca, Eli Lilly, Merck Frosst/Schering Plough, Novartis, Procter and Gamble (now Warner Chilcott/Aventis), and Servier Canada; has received payment for development of educational presentations from Eli Lilly Canada Inc.; and has received travel funds for activities unrelated to this paper from Amgen Canada. Brent Kvern has been an advisory board member for the Alliance for Better Bone Health (sponsored by SanofiAventis and Warner) and for Amgen Canada; has served as a consultant for Servier Canada; has received honoraria from the Alliance for Better Bone Health, Amgen Canada, Eli Lilly, Merck Frosst Canada and Servier Canada; and has received payment for development of educational presentations from the Alliance for Better Bone Health, Amgen Canada, Eli Lilly, Merck Frosst Canada and Servier Canada. William D. Leslie has been an advisory board member for Amgen, Genzyme and Novartis; has received unrestricted research grants from Amgen, Genzyme, Merck Frosst, Procter & Gamble and Sanofi-Aventis; has received speaker’s fees from Amgen and Merck Frosst; and has received travel funds for activities unrelated to this paper from Genzyme. No additional competing interests declared for Sidney Feldman, Sophie Jamal and Kerry Siminoski.
La Medicina es una puta mentira. Otra más.

1. Cuando conozcas que te toca pasar a la consulta porque has preguntado a tu antecesor la hora a la que tenía cita, pasa directamente sin esperar a que el médico te salga a llamar.
Llevas esperando 40 minutos y es tu turno. No hay nada que el médico tenga que hacer entre paciente y paciente. Y si lo tiene que hacer que lo haga luego. Si no entras sin esperar a ser llamado puede que se olvide de ti.
 
2. Cuando estés en la consulta plantea varios motivos de consulta diferentes y vete cambiando de uno a otro de manera simultánea.
 
El médico debe ser capaz de dar respuesta a los síntomas de los pacientes, es su trabajo.
 
3. Cuando has agotado los 5 o 10 (llevas ya 5 extra) minutos con el motivo de consulta y has hecho entregarse al máximo al médico, sácale otro motivo como el primero, cuando ha acabado con éste.
 
Has esperado 40 minutos esperando a los demás, que se han explayado pero bien. Ahora te toca a ti.
 
4. Entra en la consulta y comienza diciendo: vengo a que me mande al ginecólogo, o al urólogo o al de digestivo. Es muy importante que no explicites el motivo al principio para hacer que te lo pregunte tu médico en medio de un gran suspiro y de una cara de sulfuración.
 
5. Entra en la consulta y comienza diciendo: vengo a que me mande una analítica. Puedes rematar diciendo: hace mucho que no me hago una.
6. Causa la impresión en el profesional de que venías a por recetas cuando parecía que venías por el catarro.
 
7. Cuéntale lo mal que te sienta toda la medicación que te manda.
 
8. Haz reiteradas comparaciones entre el médico que había antes y él, en contra del actual.
 
9. Emite tus quejas sobre la no dispensación de un antibiótico cuando lo crees necesario, y si no es suficiente, fuérzalo. Puedes rematar diciendo: es que a mí hasta que no tomo antibiótico no se me pasan los catarros. O: a mí es que nunca me da fiebre, tengo la temperatura muy baja.
 
10. Pídele todas las recetas con número de envases incluidos de seguido. Si dice que él también es especialista seguro que será capaz de memorizar toda la lista de una vez.

 

Hace un par de años escuché a Juan Gérvas hablar de unas jornadas científicas celebradas en un pueblo pequeño e insignificante respecto al caso que nos ocupa, a las que había asistido un personaje muy importante de la Medicina.
Las jornadas se habían celebrado en Vitigudino, un pueblo muy cercano del sitio donde nació y creció mi madre, provincia de Salamanca, ciudad en la que yo nací, crecí y estudié, producto del éxodo rural de aquellos años.
El ilustre personaje en cuestión era Julian Tudor Hart, General Practitioner inglés, que enunció en 1971 la Ley de Cuidados Inversos, que viene a decir que en el sistema sanitario se prestan muchos servicios sanitarios inútiles o prescindibles a aquellos que no los necesitan y sin embargo aquellos pacientes que más necesitan del sistema sanitario menos reciben de él, por diversas circunstancias, siendo esto mayor donde más se orienta el sistema sanitario hacia el mercado.
Yo había leído Soldados de Salamina y evidentemente no podía dejar pasar un acontecimiento tan grandiosamente casual así como si nada.
Hablé con Juan Gérvas y en seguida me puso en contacto con Julián Velasco, médico de cabecera de Candelario (Salamanca).
Me cité con él y me supe afortunado, porque comprobé que la pasión por la Atención Primaria que yo había descubierto en Madrid y pensaba exclusiva de esa ciudad, también existía en el sitio donde yo había crecido, y que lo que yo había ido descubriendo en esos últimos años desde que había rotado con Juan Gérvas en Buitrago de Lozoya, ya existía mucho antes de que yo, incluso, naciera.
Julián Velasco y Ana María Nielsen (médico de familia danesa, 30 años en Salamanca, quizá otra historia por narrar) me contaron cómo un grupo de entusiastas capitaneados por Jose Manuel Fernández organizaron unas jornadas en Vitigudino, un pueblo de la provincia, en torno a uno de los temas que estaban en boga por los 80, la Hipertensión, campo en el que Tudor Hart se estaba destacando con su grupo de estudio. Me recordaba que en aquella época no existían, por ejemplo, las fracciones LDL y HDL del colesterol.
 
Contactaron con Tudor Hart, que como todos los grandes accedió a participar cuando la convocatoria está hecha con ilusión y con buen hacer, aunque el acto fuera sencillo y el sitio humilde.
Fue una delegación desde Salamanca hasta Barajas a recogerle en un 600 o coche antiguo similar, que no hablaban ni uno ni papa de inglés. A mitad de camino se les ocurrió preguntar a Julian si había cenado y éste estaba muerto de hambre, por lo que pararon cerca de Ávila a comer unos chorizos con pimientos. Estaban preocupados por la comodidad del alojamiento de Tudor, para que estuviera todo a su gusto y en orden. A Tudor Hart esto no parecía importarle mucho y sólo dijo que estaba bastante cansado y que por favor no se le despertara hasta las 10 de la mañana. No sé qué pasó que a las 6.30 estaban tocándole ya en la habitación.
Tudor Hart participó tres veces en las Jornadas de Vitigudino, en los primeros años de la década de los 80. Los vecinos también asistían a parte de estas reuniones y se hacía lo que se podía por traducir.
Después de verme con Julián Velasco y con Ana María Nielsen, decidí profundizar en la figura de Julian Tudor Hart. Leí e incluso traduje algún artículo. En ese precioso artículo que enlazo pude leer como Julian Tudor Hart, tras transitar algunos caminos desarrolló su proyecto de vida en Glyncorrwg. Todo médico de familia busca, en el fondo, su Glyncorrwg. Glyncorrwg también se llama Cicely, o Buitrago de Lozoya, o Santa Hortensia o Jacinto Arauz o Las Hurdes. Tanto, que cuando se acaba Glyncorrwg se acaba ya gran parte de la vida. Todos necesitamos un gran proyecto sobre el que hacer cabalgar el grueso de nuestra existencia.
 
 
Las jornadas de Vitigudino from Hernan Martin Photography on Vimeo.
 
(El señor fuerte de constitución, con corbata y repeinado hacia atrás que aparece en las fotos es el ilustre catedrático de la Universidad de Salamanca Don Sisinio de Castro, autor del afamado libro de Patología Médica).
 
Cuando terminé la residencia, acabé tan hasta los cojones que decidí irme a Inglaterra un tiempo. Durante las lluviosas noches (es decir, a partir de las 17.30 de la tarde) fantaseaba con encontrarme con Tudor Hart y que me contara más de las Jornadas de Vitigudino.
Un día decidí que iba a escribirle. Le pedí una dirección a Julián Velasco y pasaron un par de meses sin respuesta. Se lo comenté a Gérvas, creo, que me dio otra, aunque no recuerdo esto bien. Le volví a escribir y me contestó. Desde el primer momento se mostró dispuesto al encuentro. Yo le imaginaba ya bastante anciano, pero no pudimos encontrarnos los primeros meses porque, me sorprendió, tenía una agenda importante de viajes para dar charlas y participar en actos científicos. Noruega, Italia y no sé qué más sitios. Yo fui adaptando mi itinerario en United Kingdom para caer por Noviembre en torno a Gales. Julian Tudor vive en las proximidades de Swansea.
Justamente Julio Bonis andaba cursando estudios superiores en Londres y organizamos la visita en común. Julio se trajo a un amigo y colega canadiense, que estudiaba con él en la London School. Nos reunimos en Cardiff la noche antes y estuvimos tomando algo en un pub de ésos en los que dicen que es muy fácil ligar con madres rellenas divorciadas y borrachas.
 
Contando historias, el chico canadiense comentó como de pasada que había estado en Argentina en un Centro de Salud. Yo le dije que anda que qué casualidad que yo también había estado. Dijo que en Bariloche, le dije que yo también. Dijo que en el Centro de Salud El Frutillar. El mismo que el mío.
 
 
A la mañana siguiente alquilamos un coche (nos preguntó el de la oficina de alquiler la profesión y Julio le preguntó que si le podía decir por curiosidad que por qué preguntaban la profesión y le dijo que era para prevenirse de “los estudiantes y artistas”. Juas juas).
Condujo Julio, ya sabéis, con el volante al otro lado y las carreteras y rotondas al revés que las nuestras, en medio de la lluvia.
 
Llegamos a casa de Julian Tudor Hart. Qué momento el de esperar ante la puerta y que finalmente al otro lado apareciera él. Había pasado un año o así desde que oí la primera vez lo de las Jornadas de Vitigudino (qué lento va todo). Nos hizo pasar y no nos habíamos sentado cuando enarboló un papel y preguntó: ¿Es cierto ésto? Era un artículo del BMJ de Aser García Rada que se titulaba algo así como: ¿Se hunde el sistema sanitario público español? Tuve la oportunidad de conocer a Aser cuando yo hacía guardias de residente de familia en el Hospital Niño Jesús, y después de eso hemos tenido algunas positivas coincidencias más. El mundo parecía demasiado interconectado por momentos.
Tuvimos una muy agradable charla en torno a la chimenea y luego almorzamos. Una sopa o crema y una ensalada con pollo. Muy rico todo.
Comentó la importancia de pensar no sólo en los pacientes que vienen a tu consulta sino en los que no vienen, y reflexionar en por qué no vienen y si necesitan algo. También habló de lo importante que sería tener a salubristas en los Centros de Salud como unos integrantes más del equipo. También que se está perdiendo a los verdaderos generalistas.
La conversación fue bastante animada en torno a variados temas sanitarios y de Medicina de Familia. Tanto, que saqué el tema de las Jornadas de Vitigudino de soslayo pero tampoco me quise poner cargante porque la conversación parecía discurrir por otros derroteros. Julian recordaba aquellos días bastante bien. Le gusta bastante España y ha viajado a nuestro país en innumerables ocasiones.
Le regalamos un lomo ibérico de Guijuelo (Salamanca) y Julio hizo unas tarjetas muy bonitas con las fotos que me había pasado Julián Velasco, del paso de Tudor Hart por Vitigudino. Julian las dedicó con un dibujo del Quijote.

Después de la visita me quedó una gran satisfacción y también un pequeño vacío que quería llenar de alguna manera.
Proyecté leer algunos de sus grandes libros y no lo hice. Proyecté leer mucho más, aprender mucho más de él y no lo hice. Pensaba que el tiempo iría haciéndome tropezar más con Julian Tudor Hart, pero como dice Juan Gérvas, siempre dejamos lo importante por lo urgente. Me hubiera gustado ofrecer aquí mucho más de la vida y obra de Tudor Hart pero no puedo, por el momento. Ésa es la razón por la que después de dos largos años que dura esta aventura hoy saco ya esta historia. Hay personas tan grandes que para hacerles un retrato mínimamente decente debes dedicar varios meses, sino años, íntegramente, al estudio de sus publicaciones. Pasa también por ejemplo con Bárbara Starfield. El retrato de estos personajes debe ser llevado a cabo en uno u otro momento, por quienes amamos el oficio de médico general/de familia.
Quise adentrarme en esta historia por varios motivos. Uno, sin duda, es la figura de Julian Tudor. Pero por más cosas también. Quise mostrar cómo, en un sitio perdido de la geografía, con solamente un grupo de personas con ilusión, se pudo hacer algo muy grande, algo que sin embargo creo estaba en el olvido y espero que con este trabajo se tenga más presente de lo que se ha tenido hasta ahora.
 
He aprendido que allá donde se mire, hay grandes médicos generales/de Familia. No solamente en las grandes ciudades y en sus extrarradios que es donde se marcan gran parte de las tendencias; porque una de las grandezas de nuestro oficio es que con muy poco se puede hacer mucho, que no existen las barreras, ni las fronteras, sobre todo ahora que con Internet el conocimiento circula como un rayo. Hay acojonantes médicos e iniciativas existiendo por ahí y nadie se entera. De ahí la importancia de escribir.
Pero sobre todo he aprendido, si no a través del cuerpo de la historia a través del trasudado que ha ido filtrándose como las aguas subterráneas por la capa freática, que hay una deuda con los médicos generales/de familia más mayores. Que han sido sepultados por muchos años y muchos actos ignominiosos y dolosos, y que ahora, al final de sus días profesionales, miran con algo de tristeza todo lo recorrido. Yo les digo que los que ahora comenzamos somos los herederos de una gran obra, que ellos han hecho muy digno este oficio, que ha merecido mucho la pena, que los que ahora comenzamos somos como los que iban a los conciertos de Extremoduro cuando nadie les conocía: “pocos pero escogíos” y que Extremoduro llena hoy el Palacio de los Deportes de Madrid. Que estamos preparados para dar la batalla. Y que les tendremos muy presentes. Porque cualquier colectivo que ignora, no cuida, no recuerda y no restituye a sus mayores es un colectivo absolutamente indecente. Eso también lo aprendí de Soldados de Salamina.
Gracias a todos los antes mencionados y gracias a Hernán Martín, que grabó y montó el vídeo.
Por el momento, FIN.

 

 

En este mundo de bonhomía 2.0 todo parece ser bueno para la salud. Todo lo que aumente los ingresos por las ventas de un determinado producto, claro.
¿Qué decir? Las frutas del bosque previenen el Alzheimer, el orégano de la pizza previene el cáncer, el café previene el cáncer de hígado.
Las emociones y pasiones también son buenas para la salud, dicen… Estar contentos mejora la salud…
Qué fácil sería en este mundo de Yupi (o de yuppie???) decir: La poesía beneficia seriamente la salud. Todo lo que se nos ocurra hoy en día beneficia la salud. 
¿Beneficia la poesía la salud? Pues yo qué sé. Probablemente no. 
Pienso en el bueno de Bukowski, que transitó sus días etílico perdido y no creo que en su caso la poesía le beneficiara mucho la salud. 

El beneficio o no de la poesía depende mucho de su presentación.

Fijaos qué peligro tiene ésta.

Foto creación de Raúl Vacas Polo

O ésta: 
                                                                                             Foto creación de Raúl Vacas Polo

Lo que está claro es que si se propusiera la poesía como tratamiento, debiéramos usar la mínima dosis eficaz, es decir, prescribir los versos justos y necesarios. No se puede desperdiciar un poema entero para un tratamiento de 1 verso cada 8 horas durante tres días. 
No hay problema por desmenuzar los versos en la farmacia e individualizarlos. Si os fijáis ahora los blister traen líneas discontinuas para individualizar cada comprimido. Surgió ante la comodidad que significa llevarte tu dosis al trabajo y no tener que llevarte todo el blister. 
Si alguien no pilla el sentido completo del poema con los versos que le han dispensado para esta concreta enfermedad, pues no pasa nada. Que se vuelva a poner malo y ya está. 
Los comprimidos están ranurados por si alguien quiere tomarse sólo el sujeto y el verbo y dejar el complemento directo y los circunstanciales para por la tarde. 
En esta vida contemporánea hay algunas cosas que no se pueden obviar, por lo visto.
Una es proveerse de una profesión. 
Por si el atributo o la cualidad de ser persona no fuera suficiente, uno tiene que ser algo. No digo alguien, sino algo. 
No se concibe hoy en día alguien que no tenga profesión. No tener profesión es como no tener DNI o como no tener nombre. 
Hay varios tipos de profesiones, que se pueden esquematizar de la manera que sigue:
Las que le gustan a la suegra: abogado, médico, ingeniero…
Las que no le gustan, que a su vez se dividen en:
Las que tienen título Universitario: filósofo, matemático, historiador del arte…
Las que no tienen título Universitario: escritor, poeta, intelectual, obrero de la construcción…
En la vida hay que decidir al servicio de quién se pone el conocimiento y el trabajo. En distintas proporciones y con los adecuados matices, llegará un día que sin saberlo se elija si se quiere poner el trabajo a disposición del beneficio individual o del colectivo, si se quiere servir a la causa pública o a la privada…
Con respecto a la profesión de médico, suelen existir dos extremos y entre esos dos son los que se sitúan la mayoría de los profesionales. 
En un extremo están los que les gusta la Medicina como ciencia, les gusta estudiar el funcionamiento del cuerpo humano, las peculiaridades del sistema circulatorio, etc…
En otro están los Andrés Hurtado, protagonista de “El árbol de la ciencia” de Pío Baroja, médico y escritor. “A Andrés le preocupaban más las ideas y los sentimientos de los enfermos que los síntomas de las enfermedades”.

Pío Baroja

Pienso que entre los médicos de familia son más los Andrés Hurtados.
Es difícil ser médico de familia y no acabar poeta en el intento.
Los poetas pagarían por ser médicos y poder tener todas esas materias primas pasándoles a diario por delante de sus ojos y poder escribir sobre ellas.
No todos los poetas escriben. Yo conozco a algunas personas que sé que son poetas, pero ellas mismas lo desconocen, porque la gente piensa que para ser poeta hay que escribir. 
Para ser poeta lo que hay que saber es mirar, observar… luego ya si se escribe o no es otra cosa.
De la misma manera que no todos los poetas escriben hay médicos de familia que no pasan consulta. Son iguales de médicos de familia en conciencia y corazón pero no pasan la consulta, que es un acto análogo al de escribir, para el caso que nos ocupa.
El médico de familia y el poeta son especialistas en explorar los acontecimientos más importantes del acontecer vital: el nacimiento, la niñez, la adolescencia, la juventud, el momento de ser padre o madre, la madurez, la vejez y la muerte.
El poeta y el médico de familia saben hacer muy bien su trabajo en los distintos ámbitos a los que se circunscriben. El primero al del amor, al de la soledad, al del desamor, al de la crítica social, al de la política, al del compromiso… El segundo al de la cardiología, al de la dermatología, al de la nefrología, ginecología, etc…
Los médicos de familia y el poeta usan métodos que se parecen mucho entre sí.
El primero parte de la anamnesis y la exploración física: inspección, palpación, auscultación y percusión. 
El poeta hace algo similar: la anamnesis es un diálogo, preguntas y respuestas con él mismo, y de ahí, después de generar las preguntas ya puede ir a buscar las respuestas afuera. Se nutre igualmente de la inspección de las cosas, lo que palpa (No es lo mismo palpar la mama que tocar la teta, me transmitió mi profesor de Cirugía en la Universidad), auscultar la realidad y (re)percutir en el papel.
El médico de familia resuelve sus diatribas con un juicio clínico y un tratamiento, o en muchos casos, con una presunción diagnóstica y un tratamiento. 
El poeta también resuelve sus inquietudes y problemas presentados en la introducción, en el cuerpo y en las conclusiones. O en  los sonetos, presenta en los primeros dos cuartetos y resuelve en los dos tercetos. 
A Raúl Vacas le encantaba recordar la entrevista en la que un invitado le pidió a la periodista Nieves Herrero recitar un soneto en su programa y ésta le respondió: – Bueno, pero uno que sea cortito, ¿eh?
Las actividades del médico de familia y del poeta lo son de introspección. Son gente solitaria porque su actividad es muy solitaria.
Un médico de familia y un poeta pueden darle vueltas a un diagnóstico o a un verso durante una noche entera.
Los dos ven lo que hay, lo que la realidad revela en la superficie, pero deben bucear para ver qué es lo que se esconde. Deben ser conscientes de lo que se dice, pero también de lo que se calla. 
Al igual que hay poetas que se tienen que ganar la vida escribiendo novelas o ejerciendo el periodismo porque lo suyo no da más de sí, también hay médicos de familia que se tienen que ganar la vida trabajando en Urgencias o en otros sitios porque las condiciones de la Atención Primaria no dan más de sí porque a los que mandan no les da la gana que den más. 
Al igual que la poesía no es una prosa separada en renglones, la medicina de familia es una actividad en sí misma, no es un trasunto de la labor de los especialistas hospitalarios. 
Al igual que los poetas sienten desesperanza porque la gente los ve como vagos, inútiles o locos y realmente son ellos los más cuerdos y útiles de todos nosotros, la Atención Primaria también se desespera porque observa como se la maltrata, se la infrapresupuesta, se la ignora y se la desprecia mientras que ella sabe que es el eje del sistema sanitario.
La Medicina y la poesía son dos armas cargadas de futuro. 
Pase lo que pase, y aunque se derrumbe el mundo, siempre estarán ahí, de una u otra forma.
Si no existieran, habría que inventarlas. 

Texto resumen de mi ponencia en las Jornadas de Jóvenes Médicos de Familia de la SEMFYC. Mayo de 2012.




                                                                                                Foto creación de Raúl Vacas Polo
Lotro día fue el día de Todos los Santos, el día de todos los difuntos.

Hay gente para la que todos los días del año es el día de los difuntos. Tanto, que cuando llega el día de todos los difuntos se sienten transitar entre el alivio y el descreimiento del dolor ajeno.
Hay algunos ritos que nada tienen que ver con el recuerdo, pero que de alguna manera consuelan.
Uno es poner las flores en la tumba, otro es el acto de lavar la lápida.
 
Se restriega con la bayeta el mármol, por su superficie y sus pliegues, como si así se eliminara el dolor de los surcos del cerebro y del alma. El agua baña a las flores como el líquido cefalorraquídeo baña las meninges. Se limpia la casa de los muertos no porque esté sucia, sino como una manera de limpiarse a uno mismo; porque el dolor tras la muerte de alguien próximo todo lo ensucia, todo lo estropea, y porque después de la muerte de alguien cercano es inevitable alguna forma de culpabilidad propia.
Las sepulturas siempre dejan agujeros en el cemento por los que entran las hormigas. También la realidad deja grietas por las que transitan pequeños incómodos insectos.
Los mortales no tenemos bastante con lo que tenemos en vida que tenemos que cargar también con los muertos y sus fantasmas.
En muchas ocasiones no entendemos a los pacientes porque no vemos a los fantasmas con los que entran a la consulta. Tampoco ellos ven los nuestros, por eso no entienden ciertas insistencias, comportamientos o recomendaciones que les damos.
Al igual que los médicos podemos moldear la realidad en gran medida, también lo pueden hacer los dolientes. Los médicos podemos prescribir lágrimas artificiales, poner un corazón nuevo que pueda sentir nuevas emociones, o poner un par de plásticos debajo de los senos.
También los dolientes pueden ponerse una coraza para hacer como que el tema no va con ellos o pueden poner en la lápida unas flores de tela que duran todo el invierno. Así cualquiera.
El dolor por los muertos habitualmente se esconde, avergüenza, culpabiliza, se vive en silencio. Y en pocas ocasiones se saca. Solamente cuando se revienta o en concesiones puntuales. Igual que el diabético reconoce solamente el día de la revisión que está haciendo mal la dieta y el tratamiento. O igual que cuando al paciente que jamás llora le haces una pregunta que justamente da en el centro de la diana y se desmorona. Es algo parecido a accionar un punto gatillo en la neuralgia del trigémino.
Los médicos de familia sabemos muy bien dónde están esos interruptores. Los encendemos o los evitamos, a conveniencia.
 
Me gusta dar tumbos paseando por los cementerios tumba a tumba, como leo noticia a noticia el diario. O como exploro al paciente aparato a aparato. Me gusta detenerme en las fotos, en los epitafios, en las edades de los difuntos, en esas frases de despedida prefabricadas: “siempre en nuestro recuerdo”, “tu familia no te olvida”, “siempre con nosotros”. Caminar entre (la sombra alargada de) los cipreses y degustar (el buñuelo de) el viento.
Llorar a moco tendido delante de las tumbas de los niños. Delante de éstas el llanto no se presenta con pródromo alguno, sino que sobreviene como un drop atacck, como una polución nocturna, enderrepente. Cuando te quieres dar cuenta te lo has hecho encima.
 
Son esas tumbas, llenas de juguetes en la superficie.

He escrito este trabajo sobre la medicalización de la mujer para la revista AMF.
 
Resumen
 
Causa verdadera perplejidad analizar algunos aspectos relacionados con la atención sanitaria de las mujeres. Se entiende que la Medicina es una ciencia compleja y probabilística, incluso que los médicos podamos equivocarnos equivocarnos al estudiar y comprender el paradigma de algunas enfermedades. Pero en este caso no es solamente eso lo que pasa. Si no, no se puede entender que se haya promocionado (¡y se siga promocionando!) la terapia hormonal sustitutiva cuando es un tratamiento que ofrece muchos más riesgos (y daños) que beneficios, no se entiende que el enfoque de la osteoporosis pase por la insistencia en la práctica de la densitometría, no se entiende de dónde sale esa costumbre de hacer a las mujeres sanas ecografías ginecológicas sin ningún motivo, ni cribados mamográficos a mujeres menores de 50 años, ni la exageración de los beneficios de este mismo cribado de los 50 a los 70 años, ni el cribado anual en el caso del cáncer de cuello de útero, ni la financiación por parte del sistema público de salud de la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH). ¿Qué es lo que sucede?
Puntos clave
 
1. La atención sanitaria a las mujeres escapa de la racionalidad que se aplica al resto de intervenciones médicas.
2. Una mujer sana nunca debería ser vista por el ginecólogo. Las actividades preventivas deben realizarse en Atención Primaria (AP).
3. La historia de la terapia hormonal sustitutiva enseña que hay que conocer lo último, y usar lo penúltimo.
4. El riesgo de fractura en mujeres menopáusicas es mínimo, aunque hayan tenido ya una fractura previa.
Los fármacos solo disminuyen este riesgo un 12% en el mejor de los casos.
5. No hay ninguna evidencia para recomendar la ecografía ginecológica en mujeres sin ningún síntoma.
6. Realizar mamografías a mujeres de 50 a 70 años, sanas, sin antecedente familiar de cáncer de mama, reduce muy poco la mortalidad de éste, en contra de lo que se dice.
7. La decisión de introducir la vacuna del virus del papiloma humano (VPH) parece obedecer más a razones políticas que de salud pública.
8. El médico debe servir a los intereses del paciente por delante de cualquier otro tipo de interés.
 
El resto del trabajo aquí:
 
http://www.amf-semfyc.com/web/article_ver.php?id=1088

Y la razón del mismo aquí, del 3.17 al 4.47

entrevista retiro from Roberto Sánchez on Vimeo.

 

Querido compañero y (es)timados:
Entre el anuario publicado el domingo día 23 de Diciembre de 2012 y los retratos de los personajes del año, leo con estupefacción, en la sección dedicada a ciudadanos que se han destacado, éste.
CARMEN SUÁREZ. En defensa de la sanidad pública.

La jefa de servicio de medicina interna del hospital de la Princesa ha luchado contra el cierre de este centro sanitario madrileño de titularidad pública.
Por José Manuel Ribera Casado

Cuando un residente de cualquier especialidad busque un modelo a quien parecerse, puede fijarse en Carmen Suárez. En la plenitud de su vida profesional cumple su carrera asistencial como jefa de servicio de medicina interna. Su compromiso docente la ha llevado a profesora titular y vicedecana de la Universidad Autónoma de Madrid y goza del reconocimiento en el campo de la investigación clínica. Bastaría como referencia, pero además, luchadora por aquello en lo que cree, ha coliderado la batalla por salvar su hospital ante la agresión de los responsables sanitarios de la Comunidad madrileña. Terminada –o amortiguada– la guerra por la supervivencia, ahora sabrá gestionar la paz. Dialogante y emprendedora, el reto de hacer caminar de la mano medicina interna y geriatría es un proyecto más en la trayectoria impecable de esta profesional.

José Manuel Ribera Casado es catedrático emérito de Geriatría (UCM) y académico de número de la Real Academia Nacional de Medicina. 
Vaya por delante mi absoluta consideración al hacer profesional de esta Doctora y a su excelso currículum, de sobra (re)conocido, y entiéndanse mis palabras hacia el que escribe el artículo y no hacia ella, pues cuando a uno lo encumbran la responsabilidad es del encumbrador y no del encumbrado. 
Entienda usted, Doctor, que una cosa es luchar contra el cierre del hospital en el que uno trabaja y otra muy diferente ser una heroína de una causa mucho más superlativa. Desde luego haber luchado contra el cierre del hospital es necesesario para tal reconocimiento, pero en absoluto suficiente. 
El proceso de privatización de la gestión de la Sanidad Madrileña lleva 9 años (9!!) llevándose a cabo. Yo hice la residencia en ese mismo hospital y no ví a nadie ejecutar ninguna acción ni medida en contra de este hecho, de manera «institucional», como jefes o servicios o colectivos sanitarios o demás. A nadie. 
Solamente cuando se supo que el hospital iba a desaparecer como tal o a convertirse en una cosa totalmente diferente de lo que es ahora (que es lo mismo que hacer desaparecer su esencia) estalló la considerable protesta.
Me parecería mucho más adecuado que en vez de titular «En defensa de la Sanidad Pública» se hubiera hecho «En defensa del Hospital de La Princesa». 
La defensa del Hospital de La Princesa nada tiene que ver, desgraciadamente, en los términos en los que se ha planteado, con la defensa de la Sanidad Pública.
Digo desgraciadamente, porque precisamente la intención de convertirlo en un hospital para mayores está en íntima relación con el proceso para privatizar la gestión de los hospitales. Los pacientes más mayores, que no salen rentables a las cápitas que se pagarán a los hospitales de gestión privada, serían tratados en ese hospital público que socializaría las pérdidas. 
Desde el principio se planteó la negociación con la Consejería como: hay que salvar el hospital a toda costa, lo cual es totalmente legítimo, pero no apropiado en la manera en que se llevó a cabo, en mi opinión. 
Comencemos por decir que la comisión que concurrió a la negociación fue, según mi parecer, más a suplicar a la Consejería que a defender los intereses de todos los que le dieron la legitimidad para representar al hospital. No ejerció resistencia, sino servidumbre.
Salvar el hospital se convirtió en salvar la docencia, el servicio de urgencias y ciertos servicios (todos los de los jefes de servicio que formaban parte del comité negociador por supuesto). Salvar el hospital no significó salvar a los trabajadores, nada se ha dicho de eso. Ni en qué condiciones se van a quedar los que se queden. Veremos qué es lo que pasa a partir del 31 de Diciembre. Tampoco se habló de otros servicios que tienen toda la pinta de desaparecer o de transformarse de un modo en el que perderán completamente su esencia. Veremos también qué es lo que pasa en este aspecto. 
El Comité negociador de La Princesa aceptó que, habiéndosele encomendado el desarrollo de 29 nuevas líneas de atención a mayores, no sólo no se le aumentara el presupuesto, ya que según lo que nos quieren hacer ver todo va a seguir igual más ese trabajo suplementario, sino que se le disminuyera en 20 millones de euros (5 más de lo previsto inicialmente). Además de acontecer una disminución del presupuesto, el tanto por ciento en que se reduce el dinero en La Princesa es mayor que el tanto por ciento de reducción en otros hospitales de gestión pública. 
Ójala me equivoque, pero con los números en la mano (y a diferencia de las palabras los presupuestos nunca mienten y nunca se los lleva el viento) da la impresión que se va a preparar una escabechina del copón. 
Después de este proceso da la sensación de que el hospital por el que tanta gente se movilizó no ha querido saber nada más de la película (me refiero institucionalmente, no individualmente) y se ha sumido en el más absoluto silencio ante el «fin» de la batalla a pesar de la continuidad de la guerra.
Es decir, que el Hospital de La Princesa como institución no estuvo ni antes ni después de que peligrara, en defensa activa de la Sanidad Pública, sino como apunta usted en el texto por «la guerra por la supervivencia». La propia. Cuando digo defender la Sanidad Pública, por si no queda claro, me refiero a actos, no a palabras. Todo el mundo defiende la Sanidad Pública con palabras, pero no todos (afortunadamente cada vez menos) con actos. 
Esta realidad que relato es una pena, sobre todo en un momento en que el colectivo sanitario (por fin) nos hemos unido y hemos dejado de mirar lo propio para defender lo colectivo. 
Muy ilustrativo de lo que expongo es que algunos médicos residentes de este hospital recibieron presiones (más o menos explícitas) por parte de sus responsables para que no secundaran la huelga que se convocaba tras las negociaciones de La Princesa, con por ejemplo amenazas tales como «el que la secunde que se atenga a las consecuencias».
Quedo boquiabierto, Doctor, cuando usted afirma eso de: «Terminada –o amortiguada– la guerra por la supervivencia, ahora sabrá gestionar la paz». ¿A qué paz se refiere? Si nunca ha habido una guerra tan fraticida en la historia del Sistema Sanitario Español como la que se está librando ahora en Madrid, Señor. 
Entiendo que en medio del momento y de este proceso de lucha, de «todos a una», no es del todo conveniente ponerse a discutir quién debe colgarse la medallita. Pero una cosa es una cosa y otra es tomarnos el pelo (si no usted que creo escribe por cercanía y afecto a la Doctora, el que lo publica) y faltar a la verdad y a la realidad de una manera tan descarada. 
Es realmente una pena que una médico tan excepcional como la Doctora Suárez y como algunos otros no puedan ser protagonistas en los medios solamente por su actividad diaria, como una de las personalidades destacadas del año. Pero es así. Eso no es razón para presentar a las personas como lo que no son. Debería suceder también que la mejor manera de defender la Sanidad Pública es ir cada día a nuestros centros de trabajo a cumplir con nuestra obligación y hacer bien lo que mejor sabemos hacer, que es atender a nuestros pacientes. Pero desgraciadamente, en este momento, tampoco eso es suficiente. Es necesario algo más. 
Aunque son bien conocidas las distancias de los grandes medios con la realidad, no comprendo como un magazine de tanto prestigio y pasado (aunque no presente, en mi opinión) tan glorioso como «El País Semanal» ofrece a sus lectores una instantánea tan alejada de la verdadera realidad. 
Conozco a muchas, muchísimas personas que sí que se merecen estar en ese pedestal de papel brillante de dominical, como personajes del año en defensa de la Sanidad Pública. Personas que llevan mucho tiempo trabajando en la causa, dejándose la piel. Algunas la vida, otras la juventud, otras la jubilación, la madurez, e incluso la salud. 
Les hubiera encantado verse ahí, creo. A mí también me hubiera gustado mucho. 

Te tenía que dar vergüenza decir que la Sanidad va a seguir siendo universal, cuando dejasteis fuera a muchos inmigrantes, aun después de haber cotizado muchos años a la Seguridad Social y de haber perdido el trabajo por culpa de la crisis que creó la ideología que tú defiendes y representas.
Te tenía que dar vergüenza decir que la Sanidad va a seguir siendo gratuita, cuando la pagamos con los impuestos que nos quitan de las nóminas y cuando además ahora hay que pagar doblemente por servicios y conceptos por los que antes no se pagaba. 
Te tenía que dar vergüenza hacer pagar al mes 8 euros por medicinas a ancianos prácticamente vagabundos. Te tenía que dar vergüenza decir que vas a hacer pagar un euro por receta para disuadir, porque se abusa. Ya me dirás tú qué es lo que se abusa de la Digoxina, o del Enalapril, o del Tamoxifeno o de la Risperidona.  O qué efecto disuasorio va a tener esa medida, salvo un efecto mortuorio.
Te tenía que dar vergüenza decir que la Sanidad va a seguir siendo de la máxima calidad, cuando tienes a los pacientes agolpados en las salas de espera de los Centros de Salud, porque has impuesto una agenda en la que se citan cada cinco minutos para ahorrarte personal. 
Te tenía que dar vergüenza defender la calidad del servicio cuando con tus directrices estás provocando que los pacientes se atiendan en ese tiempo como los animales. Te tenía que dar vergüenza que un médico tenga que ver de mala manera a un paciente por tus imposiciones de yuppie. 
Te tenía que dar la misma vergüenza que me da a mí cuando bajo a toda prisa a las 21.30 de la noche de un viernes y me topo con la mirada de la administrativa, que me está esperando para cerrar el Centro, y le digo que lo siento de veras por tardar, pero que no puedo ver a 50 pacientes que no conozco de nada en una tarde sin pasarme del horario. 
Te tenía que dar vergüenza que un médico de familia no se pueda levantar ni a mear en una tarde entera de consulta. Que no pueda tener más de 1500 pacientes a su cargo y le estés metiendo 1800 en los cupos. Que tengas a médicos de familia haciéndose pasar por pediatras en los Centros de Salud por una medida electoral absurda, mientras se conservan los 4 meses de formación del médico de familia en Pediatría.
Te tenía que dar vergüenza presentar el Área Única y la libre elección como un señuelo de libertad y un derecho para el paciente, demostrando que no tienes ni idea de Salud Pública ni de Salud Comunitaria. 
Te tenía que dar vergüenza que un médico esté cobrando en un Centro de Atención a Drogodependientes 1600 euros al mes después de que los repartieras entre empresas privadas. 
Te tenía que dar vergüenza tener a una gran parte de la plantilla de sanitarios con contratos eventuales. A una señora de 50 años, madre de dos hijos, con contratos renovables cada 6 meses. 
Te tenía que dar vergüenza tener a médicos especialistas en formación siendo el sustento real del sistema sanitario. 
Te tenía que dar vergüenza tener a una plantilla de médicos de familia jóvenes, con ganas, con contratos de días, de lado a lado, escamoteándoles todos los fines de semana. Sin derecho a cobrar un trienio como cualquier otro trabajador de la función pública. Y permitiendo el nombramiento a dedo. 
Te tenía que dar vergüenza por tener a los más listos de la clase yéndose de este país que tanto dices amar, por dedicar el dinero a corruptelas y chanchullos. 
Te tenía que dar vergüenza decir que se gasta mucho en Sanidad y que hay que ahorrar cuando la Comunidad de Madrid es de las siete Comunidades Autónomas que menos dinero destina a Sanidad de toda España. 
Te tenía que dar vergüenza decir en el programa electoral de tu partido que «promoveremos el respeto hacia la profesión sanitaria» para defendernos de hipotéticas faltas de respeto de los pacientes, con el ninguneo y la humillación a la que nos habéis sometido en estos últimos años y en especial en estas últimas semanas. 
Te tenía que dar vergüenza presentarte como el garante de la Sanidad Pública cuando llevas 9 años intentando repartirla entre empresas privadas. Cuando le presupuestas mucho más porcentaje de dinero a los hospitales de gestión privada o con participación privada que a los públicos, aunque éstos últimos atiendan a mucha más población, enfermedades mucho más complejas y pacientes mucho más mayores y por ende, mucho más enfermos. 
Te tenía que dar vergüenza decir que los profesionales son grandes profesionales cuando estás ahogando toda posibilidad de formación e investigación, cargándoles el 100% de su tiempo con actividad asistencial a matacaballo. 
Te tenía que dar vergüenza presentar el cuidado de unas condiciones mínimas de salubridad laboral de los profesionales como un privilegio de una casta y no como un requisito básico para que los pacientes puedan ser correctamente atendidos. 
Pero sobre todo, te tenía que dar vergüenza que después de 9 años destrozando la Sanidad Pública ahora te vengas haciendo el orejas y que parezca que la película no va contigo. Que digas: si conseguís ahorrar vale, y si no, privatizo la gestión. No es nuestra obligación, sino tu obligación. Presentas la Sanidad Pública como nuestra cuando te conviene. También lo podías haber hecho todos estos años, cuando no nos escuchaste. También estas tres semanas, cuando nos ignoraste e incluso humillaste. Te escondes de la responsabilidad pero a la vez la ejerces para quitarnos lo que es nuestro. 
Te tenía que dar vergüenza presentar la satisfacción y la opinión de los pacientes (que son capaces de evaluar lo que ven, pero no lo que no ven) como un aval, y desdeñar la opinión de los profesionales que sabemos bien lo que implica una gestión privada de la atención sanitaria. 
Te tenía que dar vergüenza decir que tienes estudios que avalan tu Plan y aunque ya los has ofrecido varias veces, a estas alturas no los hemos visto todavía.
Te tenía que dar vergüenza regodearte de las bondades de un sistema sanitario que lleva aguantando muchos años pese a tus embestidas y tus desmanes, debido a la total entrega de los profesionales. Nosotros no somos el problema. El problema eres tú.
Pero querido amigo, por si no te ha quedado claro en estas semanas, la Sanidad Pública no es tuya. Es más. Es nuestra. Y lo es no porque lo sea de forma natural, sino porque nos hemos tenido que adueñar de ella para defenderla de tu maniobra destructora. Somos la única oportunidad de defensa que le queda. Y vamos a ejercerla con uñas y dientes, te aviso, hasta las últimas consecuencias. 
No somos analfabetos. Hemos leído, visto, viajado y estudiado. Sabemos en qué consiste el liberalismo y no nos tragamos tus cuentos de la insostenibilidad y tus informes (que hasta a tí mismo te salen por la culata). Conocemos bien la historia de la Inglaterra de Margaret Thatcher, y la de América Latina. Sabemos de Chile, Brasil, Argentina y Ecuador. Sabemos algo de gestión sanitaria y sobre todo sabemos quiénes saben, sabemos a quién leer y de quién fiarnos. Conocemos muy bien la historia de España. Nos sabemos al dedillo el capítulo de la lucha de clases. No vemos esta guerra como una batalla individual, sino que sabemos del contexto. Y precisamente, cuando tú aduces que hay que llevar a cabo este Plan debido a la crisis, nosotros sabemos que precisamente por tratarse de una crisis que han creado tipos como tú, hay que defender la Sanidad Pública a degüello. 
Conocemos perfectamente a Naomi Klein y La doctrina del shock.
Te tenía que dar vergüenza, pero no te la da porque no tienes ningún escrúpulo y menos ninguna credibilidad. No eres nadie para destruir un sistema que ha costado muchísimo esfuerzo y mucha sangre crear.
No te lo vamos a permitir.
No te vamos a permitir una negociación de mentira, como todas las que te llevamos soportadas. Como el bulo de La Princesa, el último. No te creas que vas a decir que lo que se te propone no lo consideras y que sigues adelante y que nos vamos a quedar así, tal cual. 
Te tenía que dar vergüenza, pero no te la da porque no la tienes. 
Sinvergüenza.