En este mundo de bonhomía 2.0 todo parece ser bueno para la salud. Todo lo que aumente los ingresos por las ventas de un determinado producto, claro.
¿Qué decir? Las frutas del bosque previenen el Alzheimer, el orégano de la pizza previene el cáncer, el café previene el cáncer de hígado.
Las emociones y pasiones también son buenas para la salud, dicen… Estar contentos mejora la salud…
Qué fácil sería en este mundo de Yupi (o de yuppie???) decir: La poesía beneficia seriamente la salud. Todo lo que se nos ocurra hoy en día beneficia la salud.
¿Beneficia la poesía la salud? Pues yo qué sé. Probablemente no.
Pienso en el bueno de Bukowski, que transitó sus días etílico perdido y no creo que en su caso la poesía le beneficiara mucho la salud.
El beneficio o no de la poesía depende mucho de su presentación.
Fijaos qué peligro tiene ésta.
Foto creación de Raúl Vacas Polo
O ésta:
Foto creación de Raúl Vacas Polo
Lo que está claro es que si se propusiera la poesía como tratamiento, debiéramos usar la mínima dosis eficaz, es decir, prescribir los versos justos y necesarios. No se puede desperdiciar un poema entero para un tratamiento de 1 verso cada 8 horas durante tres días.
No hay problema por desmenuzar los versos en la farmacia e individualizarlos. Si os fijáis ahora los blister traen líneas discontinuas para individualizar cada comprimido. Surgió ante la comodidad que significa llevarte tu dosis al trabajo y no tener que llevarte todo el blister.
Si alguien no pilla el sentido completo del poema con los versos que le han dispensado para esta concreta enfermedad, pues no pasa nada. Que se vuelva a poner malo y ya está.
Los comprimidos están ranurados por si alguien quiere tomarse sólo el sujeto y el verbo y dejar el complemento directo y los circunstanciales para por la tarde.
En esta vida contemporánea hay algunas cosas que no se pueden obviar, por lo visto.
Una es proveerse de una profesión.
Por si el atributo o la cualidad de ser persona no fuera suficiente, uno tiene que ser algo. No digo alguien, sino algo.
No se concibe hoy en día alguien que no tenga profesión. No tener profesión es como no tener DNI o como no tener nombre.
Hay varios tipos de profesiones, que se pueden esquematizar de la manera que sigue:
Las que le gustan a la suegra: abogado, médico, ingeniero…
Las que no le gustan, que a su vez se dividen en:
Las que tienen título Universitario: filósofo, matemático, historiador del arte…
Las que no tienen título Universitario: escritor, poeta, intelectual, obrero de la construcción…
En la vida hay que decidir al servicio de quién se pone el conocimiento y el trabajo. En distintas proporciones y con los adecuados matices, llegará un día que sin saberlo se elija si se quiere poner el trabajo a disposición del beneficio individual o del colectivo, si se quiere servir a la causa pública o a la privada…
Con respecto a la profesión de médico, suelen existir dos extremos y entre esos dos son los que se sitúan la mayoría de los profesionales.
En un extremo están los que les gusta la Medicina como ciencia, les gusta estudiar el funcionamiento del cuerpo humano, las peculiaridades del sistema circulatorio, etc…
En otro están los Andrés Hurtado, protagonista de “El árbol de la ciencia” de Pío Baroja, médico y escritor. “A Andrés le preocupaban más las ideas y los sentimientos de los enfermos que los síntomas de las enfermedades”.
Pío Baroja
Pienso que entre los médicos de familia son más los Andrés Hurtados.
Es difícil ser médico de familia y no acabar poeta en el intento.
Los poetas pagarían por ser médicos y poder tener todas esas materias primas pasándoles a diario por delante de sus ojos y poder escribir sobre ellas.
No todos los poetas escriben. Yo conozco a algunas personas que sé que son poetas, pero ellas mismas lo desconocen, porque la gente piensa que para ser poeta hay que escribir.
Para ser poeta lo que hay que saber es mirar, observar… luego ya si se escribe o no es otra cosa.
De la misma manera que no todos los poetas escriben hay médicos de familia que no pasan consulta. Son iguales de médicos de familia en conciencia y corazón pero no pasan la consulta, que es un acto análogo al de escribir, para el caso que nos ocupa.
El médico de familia y el poeta son especialistas en explorar los acontecimientos más importantes del acontecer vital: el nacimiento, la niñez, la adolescencia, la juventud, el momento de ser padre o madre, la madurez, la vejez y la muerte.
El poeta y el médico de familia saben hacer muy bien su trabajo en los distintos ámbitos a los que se circunscriben. El primero al del amor, al de la soledad, al del desamor, al de la crítica social, al de la política, al del compromiso… El segundo al de la cardiología, al de la dermatología, al de la nefrología, ginecología, etc…
Los médicos de familia y el poeta usan métodos que se parecen mucho entre sí.
El primero parte de la anamnesis y la exploración física: inspección, palpación, auscultación y percusión.
El poeta hace algo similar: la anamnesis es un diálogo, preguntas y respuestas con él mismo, y de ahí, después de generar las preguntas ya puede ir a buscar las respuestas afuera. Se nutre igualmente de la inspección de las cosas, lo que palpa (No es lo mismo palpar la mama que tocar la teta, me transmitió mi profesor de Cirugía en la Universidad), auscultar la realidad y (re)percutir en el papel.
El médico de familia resuelve sus diatribas con un juicio clínico y un tratamiento, o en muchos casos, con una presunción diagnóstica y un tratamiento.
El poeta también resuelve sus inquietudes y problemas presentados en la introducción, en el cuerpo y en las conclusiones. O en los sonetos, presenta en los primeros dos cuartetos y resuelve en los dos tercetos.
A Raúl Vacas le encantaba recordar la entrevista en la que un invitado le pidió a la periodista Nieves Herrero recitar un soneto en su programa y ésta le respondió: – Bueno, pero uno que sea cortito, ¿eh?
Las actividades del médico de familia y del poeta lo son de introspección. Son gente solitaria porque su actividad es muy solitaria.
Un médico de familia y un poeta pueden darle vueltas a un diagnóstico o a un verso durante una noche entera.
Los dos ven lo que hay, lo que la realidad revela en la superficie, pero deben bucear para ver qué es lo que se esconde. Deben ser conscientes de lo que se dice, pero también de lo que se calla.
Al igual que hay poetas que se tienen que ganar la vida escribiendo novelas o ejerciendo el periodismo porque lo suyo no da más de sí, también hay médicos de familia que se tienen que ganar la vida trabajando en Urgencias o en otros sitios porque las condiciones de la Atención Primaria no dan más de sí porque a los que mandan no les da la gana que den más.
Al igual que la poesía no es una prosa separada en renglones, la medicina de familia es una actividad en sí misma, no es un trasunto de la labor de los especialistas hospitalarios.
Al igual que los poetas sienten desesperanza porque la gente los ve como vagos, inútiles o locos y realmente son ellos los más cuerdos y útiles de todos nosotros, la Atención Primaria también se desespera porque observa como se la maltrata, se la infrapresupuesta, se la ignora y se la desprecia mientras que ella sabe que es el eje del sistema sanitario.
La Medicina y la poesía son dos armas cargadas de futuro.
Pase lo que pase, y aunque se derrumbe el mundo, siempre estarán ahí, de una u otra forma.
Si no existieran, habría que inventarlas.
Texto resumen de mi ponencia en las Jornadas de Jóvenes Médicos de Familia de la SEMFYC. Mayo de 2012.
Foto creación de Raúl Vacas Polo