En estos días hace un año que leí mi tesis doctoral. Quedé tan exhausto y noqueado que he tardado tanto tiempo en poder escribir algo que no fuera por encargo.
Las tesis, al parecer, no se presentan ni se exponen, sino que se leen, del mismo modo que la droja no se compra, sino que se pilla.
Recuerdo la fascinación que sentí cuando conocí por vez primera la historia de Favaloro. No hay una droja tan potente como la fascinación. Tuve la certeza de haber descubierto un diamante que nadie había (de)mostrado ni pulido. Me iba a la cama con la convicción de que había hallado un tesoro y me despertaba con el terror de que alguien, en alguna parte del mundo, lo hubiera descubierto a la vez. También recuerdo las horas invertidas enfebrecido en la certeza de que había algo nuevo por descubrir, un detalle, un dato, un secreto… que voltearía toda la historia tal y como la conocíamos, y que iba a ser llo el que lo hiciera. Andando el tiempo, nos convertimos el investigado y yo en un matrimonio aburrido, por lo prolongado y por la carga de trabajo en relación, y desde luego que si por mí hubiera sido, hubiera matado al personaje a la mitad de la tesis y hubiera convertido a ésta en una novela.
Los mitos que viven (si es que estas dos categorías pudieran ir juntas alguna vez) tienen eso de bueno; son mucho menos legendarios, pero te pueden dar el trabajo hecho.
En resumen, Favaloro (La Plata, Argentina, 1923) fue un alumno de la Facultad de Medicina de origen clase baja, hijo de un carpintero y una modista, alumno brillante, de vocación quirúrgica, que al terminar el internado se quedó sin una plaza de cirujano por no firmar conformidad con el gobierno peronista de entonces.
Marchó a un pueblito del interior a sustituir a un médico rural por tres meses y se quedó diez años. Allí montó una clínica con consultorio, ingreso hospitalario, servicio de radiodiagnóstico y prestaciones quirúrgicas mayores. Practicó la Medicina Comunitaria, trabajó los Determinantes Sociales de la Salud involucrando a la red de asistencia local y luchó por reducir la mortalidad infantil. Un trabajo de impresión para la época.
Durante su estancia como médico general rural en ese periplo, acudía a sesiones clínicas quirúrgicas en Buenos Aires y se seguía formando leyendo las publicaciones que le llegaban puntualmente al pueblo.
Un día le preguntó a uno de sus maestros de la Facultad cuál era el mejor lugar del mundo para formarse como cirujano cardíaco y éste le contestó que la Cleveland Clinic (EEUU), porque había un tipo llamando Mason Sones que había inventado en un sótano una técnica para visualizar con un contraste el árbol coronario (cateterismo).
Con 38 años se plantó allí con una carta de recomendación y sin hablar inglés. Le acogieron como observador y comenzó a ponerse al día en las líneas quirúrgicas de la clínica.
Tomó la idea de la revascularización que se estaba utilizando en procedimientos renales y vasculares periféricos y la aplicó a las arterias coronarias, con lo que consiguió puentear una lesión. Tenía 45 años. Comenzó a poner todo su empeño en desarrollar y difundir la técnica, en contra de las resistencias de los clínicos. Asimismo, los estudios de los años 70 y 80 fueron colocándola en su lugar.
Cuando lo tenía todo, y le ofrecían la millonada in everywhere, Favaloro decidió regresar en los 70 a la Argentina, en plena dictadura, a construir su proyecto soñado: un centro con asistencia (hospital), docencia (universidad) e investigación (laboratorio) que fuera referencia latinoamericana y desde donde expandir las prestaciones en cirugía cardíaca y los profesionales que ahí se formaran al resto del continente.
Favaloro quería atender a todos los pacientes por igual, en el contexto de un sistema sanitario que ofrecía diferentes servicios a los pacientes, distintos según la posición que ocupaban éstos en la sociedad.
Esta circunstancia y la necesidad de una financiación adecuada, hizo que se tuviera que entender con el poder político de su país, con desiguales resultados según la época, y sobre todo, según el presidente de turno.
El sistema sanitario argentino está, como todos los latinoamericanos, orientado al mercado, y preso de muchos intereses que no siempre tienen que ver con la salud y con la satisfacción de las necesidades de los pacientes.
El proyecto de Favaloro sin la ayuda y el empuje estatal era inviable y caminaba a la quiebra técnica, como el país entero.
De alguna manera derrotado él e impugnado el sueño y el proyecto de su vida, decidió pegarse un tiro en el corazón a la edad de 77 años.
Creo que es relevante el hecho de haber escrito la tesis no de algo, sino de alguien. La Universidad española deja espacio para la mitomanía, y eso yo creo que es una virtud del sistema educativo español. He llegado a un grado de comunión con el objeto de la investigación extraño. Porque él para mí lo ha sido todo estos años y yo para él no he sido nada, básicamente porque está muerto. Una relación muy asimétrica jjj. Lo que más lamento de su muerte, evidentemente, es que no vaya a poder leer la tesis que llo he escrito sobre él. Siempre me pregunté que qué pensaría él de ella. ¿Le hubiera gustado? Yo lo que tengo claro es que debe molar que te mueras y te escriban una tisis.
Además, reconozco que si yo le elegí a él para escribirle la tesis fue porque de alguna manera anhelaba su figura y sus logros. Según avanzaba el tiempo, cuando desapareció la ENR (Energía de Nueva Relación) quedó un desenCANTO GENERAL que es difícil de gobernar e integrar en una especie de normalidad. Luego lo que tiene el estudio profundo es que da para desenmascarar las contradicciones, y en cierta manera no puedes dejar de sentir una pequeña decepción. Luego están los otros, y en un país tan polar y pasional como la Argentina, en seguida aparecen detractores de la figura de Favaloro que parece que les va la vida en ello y que te enmiendan a la totalidad y te lo tumban todo jjjj. Madre!
Y luego esa sensación tan universal que tienen todos los que han hecho la tesis de que no la va a leer ni dios jjj. Pues ahí la dejo, para que la NO-descarguéis y la NO-leáis.
https://repositorio.uam.es/handle/10486/671407
Hasta luego. 
La población de Castilla y León se diferencia de la del resto de España en que es más vieja y está más dispersa geográficamente. Esto encarece la prestación de servicios sanitarios y otros.

La falta de un adecuado abordaje de estas peculiaridades, la falta de financiación adecuada y la tendencia a apostar de un modo “soft” por la privatización de la provisión de los servicios sanitarios ha originado varias problemáticas en la eficiencia y en la equidad del sistema. Probablemente una de las más comentadas es la interminable lista de espera.

Por ejemplo, dos años para la interconsulta de oftalmología. Dos años en una cirugía de, por ejemplo, una hernia inguinal. Quién va a defender la sanidad pública con tales perlas.

El PP, que gana elección tras elección por apabullante mayoría, ha decidido vender en ocasiones la lista de espera a la medicina privada, como es el caso, por ejemplo, de la lista de espera quirúrgica. Si algunos hospitales privados son cuestionables en ciudades grandes, en el caso de ciudades pequeñas que generan poco negocio este fenómeno acontece con mucha más intensidad.

Los variados intereses de los que reparten el pastel, además, provocan que no siempre los pacientes sean intervenidos en la misma ciudad, sino que tengan que desplazarse a la ciudad vecina, como de Salamanca a Zamora, a 60 km.

Sucede que estos hospitales están rechazando a cualquier paciente que presente una mínima sospecha de poder complicar una cirugía. Pacientes añosos, pluripatológicos, con alguna particularidad e incluso pacientes, da vergüenza y pena decir esto, que toman una pastillita para la tensión y otra para la diabetes tipo II (esta información es verídica y contrastada).

Podemos decir así que privatizando la provisión de los servicios en Castilla y León se cumple con más intensidad la Ley de Cuidados Inversos (reciben más del sistema sanitario aquellos que menos lo necesitan, y reciben menos los que más lo necesitan). El sistema sanitario deja de cumplir pues, su función social y hasta casi humanitaria, que es ayudar a revertir la Ley de Cuidados Inversos y ayudar a paliar las injusticias sociales y las desigualdades.

Los pacientes puros, jóvenes y que no tienen otras enfermedades tienen ventaja sobre los demás. Los pacientes con familia, que tienen coche y/o la posibilidad de desplazarse a una ciudad cercana serán más prontamente intervenidos.

Los pacientes más mayores, pluripatológicos, más problemáticos, más solos y más pobres tendrán que esperar hasta que la hernia inguinal se les incarcere o les crezca tanto que les dificulte (aún más) la vida. Y así con otras cirugías y otras intervenciones sanitarias.


Nota al pie: Tudor Hart, médico inglés, enunció en 1971 la Ley de Cuidados Inversos. Tudor Hart visitó la provincia de Salamanca en varias ocasiones en los años 80, para participar en actividades docentes. 
Hay psiquiatras con criterios diagnósticos del DSM-IV. Psiquiatras atenazados por su escuela. Hay psiquiatras tan poco profesionales que se hallan integrados en la sociedad. Algunos suspicaces, otros fóbicos, histéricos, límites, neuroasténicos, hipocondríacos. Psiquiatras que no dan abasto a atender a todos los compañeros del hospital. Que estudian Psicología por la UNED. Que tienen complejidades en relación al género y a la sexualidad. Que comenzaron con Freud y siguieron con Lacan terminando en Laclau y alistándose en alguna revolución. Que profundizaron en la relación entre Psiquiatría y Poder. Hay psiquiatras que se pasan de revoluciones. Que se han leído todos los libros del mundo. Que alcanzan su madurez profesional cuando deciden pasarse de una vez de la Psiquiatría a cualquier otra rama del saber. Que les chifla el mundo académico. Que son la cultura personificada. Que tienen la tesis. Hay psiquiatras con los que uno nunca se aburre porque siempre tienen algo que decir e historias interesantes que contar. Hay psiquiatras que comienzan a hablar y no paran. Hay psiquiatras que comienzan a escuchar y apenas puedes sacarlos ya de su silencio. Hay psiquiatras que leen a Durkheim y a Badaracco. Psiquiatras que rotaron en Buenos Aires y que se entregaron como nunca al amor. Que curan a gente muy malita y que luego se desestabilizan con una palabra malsonante o una bobá, que se ahogan en un vaso de agua. Hay psiquiatras que nunca aprendieron a amar. Que las lían como Amancio. Que consumen paciencias y tóxicos. Que viajan mucho y están apuntados a teatro. Que desconfían de los genéricos. Que leen Postpsiquiatría. Que para conseguir amarlos, llegar al fondo de su corazón y/o conseguir que te amen hay que hacer un máster o un concurso oposición. Hay psiquiatras que se tatúan en secreto. Psiquiatras que no hay por dónde cogerlos. Psiquiatras que entregaron su vida entera a su profesión. Psiquiatras que me gustaría saber qué rayos hacen un domingo por la tarde.

http://www.sietediasmedicos.com/zona-franca/opinion/item/6661-siquiatras#.WEcD_WLhDIU
Hay vómitos comunes en cuanto al género. Vómitos con olor a niño. Vómitos que son la leche. Vómitos con tropezones, como el gazpacho. Vómitos que desbordan la palangana. Vómitos breves y escasos. Vómitos de mentira que no se sabe si son regurgitaciones. Vómitos que se quedan en náusea y que nunca tendrán lugar. Vómitos in the middle of the night. Uno vomita por la noite porque está muy malo o porque está con una buena melopea. Hay vómitos que siempre llevan garbanzos y no se sabe porqué. Hay besos tristes con sabor a vómito. Hay gente que cuando llega a casa templa hace una H con la ropa en el suelo para que cuando venga el helicóptero aterrice en el helipuerto. Hay vómitos que dan vértigo. Hay vómitos en escopetazo. Vómitos que se aprieta el (punto) gatillo y disparan. Vómitos del amarillo de los canutos. Vómitos en la bolsa del Carrefour. Hay que gente que está de vuelta y vomita en doble bolsa para que no se filtre nada. Vómitos que resuenan y huelen en el silencio y la quietud del autobús de línea. No hay un gesto más bonito que una madre sujetando la frente mientras el hijo vomita. Madres que llevan una toallita en el bolso por si se produce el fenómeno del vómito. Vómitos que se pillan por las salpicaduras que dejan en el váter. Vómitos por el ciclo que se azofranan. Vómitos a los que siempre se les puso y se les pondrá Primperam por más que diga la AEMPS. Hay vómitos con cortejo. Vómitos de transgredir. Vómitos de te has quedado frío, de corte de digestión. Vómitos de vomita que te vas a quedar agusto. Vómitos que se estimulan a pesar de la intención contraria bebiendo manzanilla; esa manzanilla de paraqueteasiente. Vómitos amarillos que dice la gente que son de bilis. Vómitos en los portales. Vómitos recientitos y con varios días de evolución. Vómitos que aspiran a pasar al pulmón. Vómitos del primer trimestre del embarazo y del curso escolar. Vómitos que te desgarran el alma y el esófago. Hay vómitos que no se resisten al café con sal. Hay otros en posos de café. Hay vómitos que te desordenan la vida y los electrolistos. Hay centros del vómito y sus periferias. Vómitos que son devueltos. Vómitos muy jevis de las varices que te matan y te ponen todo perdido. Vómitos por irritación de la vida y las meninges. Vómitos por la hipertensión intracraneal y arterial. Vómitos con (d)olor torácico porque te manchan la camisa. Vómitos que buscan una esquina. Vómitos como el orgasmo, que cuando suceden el cuerpo busca un consuelo y alguien a quien abrazar.

Aquel sábado de julio del 2000 te metiste en el baño de tu apartamento en Buenos Aires con un revólver en la mano. Tenías 77 años y habías operado al último paciente el día anterior. Dejaste unas cartas en la mesita del salón.
Aquel mediodía te descerrajaste un tiro en el pecho que te atravesó el corazón y te salió por la espalda. Aquella bala estaba cargada de significado. Nunca tantas cosas cupieron en un trozo de plomo. Tampoco en la carta que dejaste de despedida, que es probablemente una de las obras más sobresalientes de la literatura universal, quizá porque es real.
http://www.sietediasmedicos.com/zona-franca/opinion/item/6414-rene-favaloro-y-la-epica-de-la-medicina#.V3j1W_mLTIU
Le pusieron la Amiodarona y le reANIMARON a lo American Heart Association,
pero daba igual,
porque estaba de morirse.
Le vió la enfermera y según entró por la puerta le sentenció: Éste está de morirse.
Le llevaron a la Anderson y le pusieron el protocolo yanqui,
pero qué es una remisión completa cuando uno está de morirse.
Con el modelo Beveridge, con la Atención Primaria como eje del sistema,
cuando estás de morirte,
no te libra ni dios.
Cuando uno se empeña en morirse.

Déjalo irse. Déjalo. 

“Mónica vino a mi consulta con unos síntomas clarísimos de síndrome constitucional. El que no lo viera es que tenía una miopía y una carta magnas. Estaba tan delgada que tenía un músculo esquelético. Me dijo que en ese Estado no podía seguir. Yo me propuse hacer una reforma, pero no estaba seguro de si contaba con dos tercios de los órganos. Esto era debido a que los órganos lo eran de muy diferentes poderes y tejidos (como la bandera), y no sabía si los iba a poder poner a todos de acuerdo. 

Los había que tenían competencias en exteriores, como las glándulas sudoríparas, mientras que otros las tenían en defensa, como el bazo. Era un timo. Algunos eran órganos ejecutivos (músculos), otros consultivos (corazón, perteneciente a Interior) y otros legislativos (ADN). Éstos últimos estaban sometidos a las leyes de Mendel. A su vez los órganos se constituían en aparatos; tales eran el aparato de los partidos o los aparatos burocráticos. Algunas veces uno nacía con algunas anomalías como riñón y partido únicos. Los aparatos constituían sistemas, como los sistemas electorales o los nerviosos centrales. Los síntomas se agrupaban en síndromes y éstos en enfermedades, siguiendo esta misma lógica”. 


http://www.sietediasmedicos.com/zona-franca/opinion/item/6283-organismos-oficiales#.VuaKh_nhDIU


No hay un tatuaje tan auténtico y cargado de significado como una cicatriz. Es gratuito o financiado por la Seguridad Social. La cicatriz es mucho más indisoluble que el matrimonio y el Colacao, porque permanece en la riqueza y en la pobreza hasta que la muerte nos separe.

La existencia o no de una cicatriz pone a prueba la verdadera condición de una herida, con lo que la primera se constituye como un marcador de daño completamente validado. No hay personas más entrañables y peliculeras que las que exhiben las cicatrices como un trofeo, con orgullo. ¡Cómo pueden ser capaces de existir la heroicidad y la épica en un cuerpo sin cicatrices! Eso es como un revolucionario que lo único que ha hecho es pasarse su existencia entera leyendo libros encerrado en una habitación.

Hay cicatrices que se ven y otras que no se ven. Las que no se ven se revelan con la cualidad apasionante de todo lo que en la vida no es apreciable a simple vista. Cuando tú llegas a una cicatriz oculta, bien por la condición de amante bien por la de médico, tienes la certeza de encontrarte en un territorio medio prohibido.

Entre las cicatrices que no se ven destacan las del alma. De todos es sabido que un infarto agudo deja una cicatriz en el miocardio que restringe su contractilidad y su función ventricular futura. Algo parecido pasa con las cicatrices en el alma. Llega un momento en que la oportunidad de generar una presión emocional y sistólica mínima con la que presentarte ante la circulación periférica es completamente nula.

Aunque la cicatriz nos parezca ajena, no hay una estructura más propia, porque dígame usted si no quién es el propietario y el depositario del fibroblasto.

La piel, el celebro y el alma son una tábula rasa que pronto comienzan a llenarse de contenido.

Cualquier persona mínimamente observadora y viajera habrá advertido que las personas en Latinoamérica tienen muchas más cicatrices que en la vieja Europa, más la clase baja que la alta; lo que refleja, resume y ejemplifica otros muchos aspectos en relación.

Una vez iba por la calle y vi a una persona en el suelo, portuguesa y semiinconsciente. Adiviné un trozo de parche de nitrato en la región infraclavicular. Le rompí la camisa a lo bestia como Jul Jogan y escuché el crujir de los botones como crujen las costillas cuando revientas a compresiones torácicas a una persona. Vi una cicatriz que alcanzaba del esternón al ombligo. Me sentí tan ingenioso y tan de(tec/duc)tivesco, recuerdo, por ser capaz de comprender la condición de cardiópata del paciente a partir de mi sagacidad. Le comencé a cascar Trinisprays como un loco asumiendo un infarto. Llamé a la UME y se lo entregué más salvo que sano. Después les pregunté que qué tenía el paciente. “Un infarto no era”, seguido de “nos lo diste totalmente chocado, hubo que ponerle Dobuta a chorro y no remontaba ni pa dios”.

Dijo el maestro: “no hay sutura mal dada, sino paciente mal cicatrizador”.

Hay cicatrices que te recorren la espalda como un escalofrío. Cicatrices por las que todo el mundo pregunta antes o después. Cicatrices que duelen. Perpendiculares a las líneas de Langers. Cicatrices que hacen cosquillas. Con formas. Que pasan a formar parte de la idiosincrasia de la persona hasta el punto que ya no te la imaginas sin ellas. Cicatrices que dejan huella. Cicatrices generacionales como las de la vacuna de la viruela. Tatuajes de calcamonía también llamados cica(c)trices. Hay cicatrices que se mueven al ritmo del coito. Cicatrices a las que se te va la vista como al agujero de la muela que falta en vez de al resto de la piel o la dentadura. Cicatrices rectilíneas, delgadas y largas que revelan un tajo aparentemente impresionante, pero finalmente superficial. Cicatrices puntiformes, pequeñas y prácticamente insignificantes, que son la minúscula puerta de entrada de una puñalada que llega hasta las entrañas. Hay cicatrices que son de firma quirúrgica y otras de firma callejera, pero cicatrices las dos finalmente. Cicatrices cuaternarias y primarias, pues. Hay cicatrices en la cara y en la mama. Cicatrices de haber vendido un riñón. No-cicatrices; que finalmente no fueron. Hay cicatrices que loides. 

Querida Consuelo:


El otro día me llamó el celador a las 7.30 para decirme que te habías muerto. Lo primero que pensé es que vaya horas de morirte. A las 8:00 damos el cambio e iba a tener que preparar la de cristo para meter el maletín en el blindado. Asimismo, me ibas a hacer llegar tarde a casa.


Me vestí rápido y fui de malas para la residencia de ancianos donde llevabas varios años. Me dijo la auxiliar que cuando fue a despertarte no reaccionabas a estímulos dolorosos.


Yo hice un poco el paripé para comprobar lo evidente y rellené un parte interno con letra de mala gana. Le dije a la auxiliar si quería que rellenara el parte de defunción y dijo que sí, pero que tenía que ir a buscarlo.


Me senté en una silla y me quedé cinco minutos esperando a que me subieran el dichoso papel asalmonado. Quise rellenarlo con letra de mala gana también, pero las letras están individualizadas para evitar eso precisamente. Hay vidas y letras que no se pueden salir del borde.


En esos cinco minutos miré a tu compañera de habitación. Tenía un montón de fotos sobre las mesitas auxiliares. Tú no tenías nada.


Me quedé mirándote fijamente, con la cabeza vacía, como embobado, colgado de una de las barras laterales de la cama articulada.


Te toqué la cara en un gesto que tenía más trazas de caricia que de exploración física. Te dejé caer otra vez un brazo a plomo, en un signo de gravedad.


Pensé que iba a rubricar la historia de tu vida y que no tenía ni puta idea de quién habías sido ni de lo que habías hecho. No sabía si fuiste a ver a Sabina al Güisbur en el 99, si te gustaba la Cherrie Coke y la tortilla del Nadira, si te metías en la cama con un libro de las aventuras de Artemio Rulán y José Garzón, si pusiste a un mulato de dos metros mirando al Cristo del Corcovado, si acentuabas los monosílabos. No sabía si te morías por los Boletus, si tenías una triple vida o un triple bypass o si te gustaban las marchas cortas.


Por inventarme me iba a tener que inventar hasta la causa de tu muerte para poder poner algo en el certificado. No iba a poder poner que moriste de soledad o de un empacho de (maza)panes y peces, o de recuerdos.


Yo no sabía si dentro de cuatro años se iba a acordar alguien de ti, si ibas a recibir llamadas después de fallecida o simplemente te ibas a morir y nadie te iba a reclamar, aparte de Hacienda. Yo no sabía qué iba a ser de tu DNI ni de tus huellas dactilares o ecológicas.


Creo que a las personas sólo se las puede entender con completud después de muertas. De la misma manera, uno sólo puede comprender una novela que está por escribir cuando la tiene entera dentro de su cabeza y la historia ha terminado de alguna manera. Eso es lo que paradójicamente ayuda a concluirla, porque lo que una buena novela debe hacer es disociar los datos duros de la digestión de los mismos.


Los hijos del médico entregado y solitario se llaman pacientes, y su familia sociedad.


No sabía qué hacer para embellecer y dignificar tu último momento, Consuelo. Así que te he escrito esto en estos cinco minutos, en lo que me han subido el certificado de defunción. No son las Cinco horas con Mario, pero tengo que librar la guardia, ya lo siento. Es que tengo que ir al banco luego a liquidar un sólido.


No sé si te hace justicia, pero me han dicho que lo ha leído el de la funeraria y que ha echado una lagrimita. Creo que eso es mucho.


Tradução em português das memórias de um médico espanhol, no Rio de Janeiro, Brasil.


Se achar que o texto merece ser divulgado, peço que distribua onde possa ser lido. Obrigado.

(Traducción al portugués de las memorias de un médico español en Río de Janeiro, Brasil.  

Si crees que el texto merece difusión te pido que lo distribuyas allá donde pueda leerse. Gracias). 


Eu dizia que, assim como a garota em quem Sabina se inspirou para escrever “Con la frente marchita” na Argentina era guerrilheira, eu fantasiava que ela era do Comando Vermelho, mas não era o caso. Em troca, lhe prometi escrever uma canção para convertê-la na Garota de Copacabana, à imagem da de Ipanema, mas se vê que a letra está ficando um pouco longa.

E já não me resta mais tempo. Preciso ir já. Eu não tenho o tempo, a tranquilidade, a paciência e a persistência de Lula. Sou uma bala perdida na Espanha e isso lamentavelmente é uma coisa muito séria no Rio. Só me resta um último segundo para recordar sua pele crocante e peluda como a do frango. Para recordar que ela pensava que se tratava de uma luta de línguas, mas na realidade era a luta de classes. Para (me) inspirar com seu nariz carioca em meu peito. Para dizer que é uma pedra angular e preciosa na minha vida.

Só me resta te beijar pela última vez na Cinelândia. Prometer te levar pra Disneylândia. Te beijar os morros. Te tirar do planeta terra com o disco voador de Niemeyer. Te esperar mais meia hora na livraria do CCBB. Te esperar com a urgência dos casais que esperam uma vaga no hall dos motéis. Te tocar com a tristeza do pianista do shopping no Leblon. Te espiar através dos espelhos na Colombo. Te irritar por deixar pingando o filtro de água gelada. Beber água da torneira para me fazer de valente. Preparar seu café da manhã e de depois de amanhã. Fingir que adoro Bossa Nova. Passar seu fio dental na minha boca. Captar repetidas vezes o olhar censor do taxista pelo espelho retrovisor por avançar rápido demais. Me derreter quando você coloca assim a língua e os dentes e me chama de gatinho. Fazer um arrastão para te roubar o coração. Te furtar a alma e um beijo a cada sinal vermelho. Nos embriagarmos de bar em bar até chegar à Barra. Ser seu Pão de Açúcar e de queijo. Me apaixonar por você, pelo Rio e pelo Brasil com a mesma intensidade que Don João.

E, finalmente, abandonar tudo com a mesma tranquilidade que o fez o Brasil do império português, para continuar adiante”.

A gávea from Rober Sánchez